10

Rogelio y Graciela despertaron temprano esa mañana. Chuy todavía dormía. Sin despedirse, subieron sus cosas al carro, ellos también y salieron con rumbo a su nuevo destino. El sol ya había salido, aunque el clima todavía se sentía fresco. El tráfico ya se sentía pesado, a pesar de que ya había pasado el momento de la entrada de las escuelas. Aun así, no tardaron mucho en salir de la ciudad. En realidad no tuvieron que cruzar la ciudad de lado a lado como cuando llegaron. Tomaron la carretera con rumbo a Colima, la siguiente escala del viaje.

Graciela empezó a sentir hambre a la hora de haber salido de la casa de Chuy. Le hubiera gustado desayunar primero antes de agarrar carretera. Seguramente a la anfitriona no le hubiera molestado para nada el alimentarlos de nueva cuenta. Graciela no entendía la urgencia de Rogelio de salir de la casa de Chuy. Tuvo un mal presentimiento. ¿Algo malo pudo haber sucedido? Se preguntó. Lo que más le molestaba era que no le había dado oportunidad de tan siquiera preparar unas tortas de huevo o una ensalada de atún para ir comiendo en el camino. Sin decirle cuantas horas de camino tenían por delante. Era no solo molesto, si no incómodo. Rogelio tenía esa actitud de mírame y no me toques, desde el momento en que se habían levantado, sin dirigirle la palabra a Graciela. Ella ya había llegado a experimentar esos estados de ánimo salidos de la nada. Era mejor dejar que el solo rechinara los dientes hasta que se calmara, molestándolo lo menos posible.

Graciela tenía hambre.

En el transcurso de las horas, Rogelio se perdió en un par de ocasiones. Teniendo que desandar el camino, sumando más tiempo a las horas que ya llevaban recorridas. Desquitaba su coraje contra el volante cada que la equivocación se hacía presente. Graciela también se encontraba de mal humor, además de que el dolor de cabeza había regresado.

Fueron ocho largas horas de viaje las que tomó el ir de la ciudad de Guadalajara a Colima.

Llegaron al centro de la ciudad que no era muy grande, estacionando el carro frente al Jardín Núñez. Era ya entrada la tarde, ambos estaban cansados y fastidiados. Bajaron del carro y se estiraron, tratando de alejar el entumecimiento que sentían por tantas horas de estar sentados dentro del carro.

– Tengo hambre – dijo Graciela, manteniendo su distancia, no quería iniciar una discusión, conocedora de que ambos estaban de mal humor.

– No tengo mucho dinero, no nos podemos dar el lujo de comer en algún lugar, lo mejor será que vayas a comprar lo necesario para preparar unas tortas o similar – dijo Rogelio, sacando su cartera, dándole un par de billetes.

Graciela los tomó, empezando a caminar hacia la primera tienda que vio, dejando a Rogelio de pie junto al carro.

En la tienda compró unos bolillos además de algo de jamón y queso con crema y una lata de chiles. Regresando con todo metido en una bolsa, para luego sentarse en una banca, donde prepararon tortas que devoraron como si no hubiera mañana. Comieron en silencio.

La tarde caía cuando regresaron al interior del carro.

– Vamos a buscar al contacto antes de que se haga mas tarde – dijo Rogelio cerrando la puerta del carro.

Tenía el nombre de la tienda que se suponía el contacto manejaba en la ciudad, también tenía la dirección y recordaba vagamente las instrucciones recibidas por parte de Humberto, aun asi, se perdió en varias ocasiones, viéndose obligado, con todo el dolor de su corazón, en tener que preguntar, eso si, hizo que Graciela fuera la que preguntara.

La tienda seguía abierta cuando por fin llegaron a destino.

Una vez más el mal humor se hizo presente aunque en realidad no había desaparecido del todo.

Ambos estaban dispuestos a entrar a la tienda, pero se detuvieron al ver que había gente dentro, no querían que nadie pudiera escuchar la plática de ambos, teniendo que esperar afuera hasta que el ultimo cliente saliera.

– Buenas noches. ¿En qué puedo ayudarles? – dijo el tendero con tono serio, estaba cansado y fastidiado, lo único que deseaba era el cerrar e irse a descansar.

– Buenas, estamos buscando a Esteban Macías, venimos de parte de Humberto, de Guadalajara – dijo Rodrigo acercándose al mostrador, apoyándose en este.

El tendero se quedó callado, mirándolo fijamente durante unos segundos, para luego posar su mirada en Graciela. Salió de detrás del mostrador, sin decir palabra, pasando entre ellos, para cerrar la cortina con un rápido y fuerte movimiento, poniendo los pasadores que impedían que cualquiera desde afuera pudiera abrirla, la tienda estaba cerrada.

Tanto Rogelio como Graciela se sintieron un tanto incomodos por lo que acababa de suceder, no sabían cómo podrían salir de ahí, no veían otra aparente salida. Se acercaron uno al otro en un discreto movimiento cuando el tendero se dio la media vuelta, encarándolos. Incluso Graciela busco la mano de Rodrigo, sujetándola con fuerza.

– Hola, soy Esteban Macías – dijo, sonriendo. Levantando la mano, acercándose a ellos.

Ambos se presentaron saludándose de mano.

– Así que los envía el pinche Humberto, hace mucho que no veo a ese cabrón, ¿Cómo está? – preguntó.

– Por lo poco que lo vimos bastante bien – dijo Rodrigo tranquilo.

– ¿Y les dijo que podían venir a buscarme? – pregunto, pasando una vez al lado de ellos, volviendo a detrás de mostrador.

– Si, nos dijo que usted podría ayudarnos – agregó.

– Síganme, que ya por hoy terminé de trabajar, estoy cansado y quiero algo de tomar y comer – dijo, invitándolos a detrás del mostrador, viendo que había una puerta que los llevaba a la trastienda, que en realidad era parte del patio de la casa, donde estaban las cajas de refrescos, algunas otras cajas de cartón y las de cerveza. Había otra puerta, que conducía a la cocina de la casa de Esteban. Rogelio y Graciela lo siguieron sin chistar.

En la cocina, del refrigerador sacó tres cervezas.

– ¿ustedes gustan? – pregunto, estirando la mano.

– No, gra… – iba a decir Rodrigo, siendo interrumpido por Graciela.

– Yo sí, gracias – dando un paso hacia adelante, tomando la botella ante la atenta mirada de Rodrigo. No quedándole más remedio que tomar la otra botella.

Esteban abrió las tres botellas, para luego dirigirse a la sala. La casa era pequeña, pocos muebles, pero acogedora. En la sala, un librero lleno con libros de todo tipo, principalmente con títulos de corte socialista, según pudo ver Graciela antes de tomar asiento en el sofá frente a sillón, donde Esteban se sentó, dando un largo trago.

– Saben, yo conocí a Humberto cuando ambos estábamos en la prepa, allá en el DF – dijo Esteban, dando otro largo trago a la cerveza.

Así empezó la plática, el hablando de toda su vida, desde que era pequeño en una colonia popular de la ciudad de México, en una familia de escasos recursos, pero que con trabajo y muchos sacrificios, lograron salir adelante.

 Rodrigo y Graciela solo escuchaban, mientras las cervezas se iban consumiendo, particularmente por Esteban que por ellos, para luego pasar al tequila y mezcal. Esteban puso música en su tocadiscos, música de los folkloristas, mercedes sosa, entre otros.

Las cosas fueron escalando conforme la borrachera de Esteban se hizo más que obvia, hasta que llegó un momento, en que discutiendo con Rodrigo, empezaron a perder el control, empujándose entre ellos, Rodrigo estaba también bajo el influjo del alcohol, había sido ese el principal motivo por qué había rechazado la cerveza en primera instancia, ya que si empezaba a tomar, aunque fuera un poco, podría perder el control con facilidad.

Esteban cayó al piso, todos se detuvieron al ver lo que acababa de suceder. En su mirada una furia incontenible, aun así, no explotó, simplemente y con tranquilidad se puso de pie para subir las escaleras con cierta dificultad.

– ¿Qué hacemos? – preguntó Graciela, arrastrando las palabras, sentada en el sillón, sin ganas de ponerse de pie por miedo a caerse.

Rogelio no dijo nada, se dejó caer en el sillón, respirando agitadamente, controlando las ganas de vomitar.

– No podemos irnos – dijo al fin – no nos ha dicho nada de a donde tenemos que ir, a quien buscar – agregó, haciendo la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos.

– Deberías ir a pedirle disculpas – sugirió Graciela, inclinándose hacia él, poniéndole las manos sobre la pierna.

Rodrigo se giró para verla durante unos instantes, antes de ponerse lentamente de pie, soltando uno que otro resoplido angustiante. Apenas había puesto un pie en las escaleras, cuando escuchó y vio de Esteban venia de regresó y no traía las manos vacías. Consigo traía una pistola. Rodrigo al verla retrocedió, hasta regresar al sillón y caer en este, a un lado de Gabriela que sorprendida veía  lo que sucedía.

– No sé quiénes son ustedes, pero ya se los cargó la chingada – dijo Esteban, frente a ellos, agitando la pistola de forma errática, todavía muy borracho.

– tranquilo, tranquilo – dijo Graciela, levantando las manos, siendo la que menos alcoholizada estaba de los tres – somos gente de confianza, nos mandó Humberto, solo estamos de paso.

– ¿No serán policías o del pinche gobierno? – Preguntó – que vienen detrás de mí. Después de tantos pinches años de estar tranquilo, ¿se les ocurre venir hasta ahora? – agregó bastante fuera de sí.

– En serio, no somos policías – siguió hablando Graciela, Rodrigo se mantenía al margen, sentado y sin despegar la vista de la pistola que venía y se iba de un lado al otro. – nosotros solo queremos unirnos al CAR – agregó.

Esteban detuvo su andar y manoteo nervioso al escuchar lo que dijo Graciela.

– ¿Qué? ¿Unirse al CAR? – dijo, viendo a Graciela fijamente. – Ustedes son del ejército, quieren ponerme un cuatro, deben de traer una grabadora escondida para grabar todo lo que yo diga y que me puedan meter a la cárcel y poder torturarme a voluntad – gritó fuera de sí, moviéndose por toda la sala, llevándose las manos a la cabeza, sin soltar la pistola.

– No, no lo somos – explicó Graciela todavía sentada en el sillón.

– Si lo son, los descubrí, no me llevaran con ustedes – se detuvo, girando hacia ellos, levantando la mano, apuntándoles con la pistola – pónganse de pie – ordenó.

– No, espere – dijo Graciela en un intento de detenerlo y que se calmara.

– Que se pongan de pie, les he dicho – dio un paso hacia adelante.

Graciela volteó a ver a Rodrigo, que seguía hipnotizado por la pistola, teniendo que darle un codazo para que reaccionara, haciéndole señas con los ojos de que se pusiera de pie, no entendió bien.

– Que te pongas de pie – gritó Esteban, sujetando la pistola con ambas manos.

Rodrigo obedeció de inmediato, dando un brinco, seguido por Graciela.

– Órale, suban las escaleras – ordenó, moviendo la pistola, indicando el camino a seguir.

Rogelio obedeció de nueva cuenta, empezando a subir las escaleras, sin dejar de voltear a ver a Esteban, que por su parte, no despegaba la mirada de Graciela, que también subía lentamente.

Al final de las escaleras, encontraron una puerta abierta, que conducía a una habitación a oscuras.

– Entren ahí – ordenó esteban desde el inicio de las escaleras, empezando a subir detrás de ellos.

La habitación estaba vacía por completo, habían tapiado la única ventaba con una gruesa tabla de triplay. Rodrigo y Graciela se quedaron en medio de la habitación.

– Encuérense – ordenó encendiendo la luz desde afuera, quedándose el en el marco de la puerta – órale y arrojen la ropa hacia acá – agregó – sé que tienen micrófonos ocultos.

Por tercera vez, completamente vencido,  Rodrigo obedeció, empezando a desnudarse. Arrojando cada pieza que se quitaba hacia los pies de esteban, que iba sacándolas al pasillo. Sin remedio, Graciela hizo lo mismo. Ella se cubría lo mejor que podía cuando quedo por completo desnuda.

Sin decir nada, Esteban apagó la luz y cerró la puerta con fuerza, inmediatamente después se escuchó como ponía llave a la cerradura.

Ambos quedaron en medio de la oscuridad, no podían ver más allá de su nariz.

– ¿Qué vamos a hacer? – preguntó Graciela en voz baja cuando se quedaron encerrados.

– Esperar – fue lo único que dijo.

– ¿Qué nos va a pasar?

– No tengo idea. Solo él lo sabe.

– ¿Qué piensas hacer?

– ¿No se te acaban las preguntas? – dijo de mala gana.

– No, no se me acaban ya que no estamos en la mejor situación, si es que no lo has visto.

– ¿Qué quieres que haga, que tumbe la puerta? ¿Crees que pueda? No te das cuenta que él pensó eso, es por eso que también puso madera en la ventana, para que nadie pueda salir de aquí. Y suponiendo que pueda hacerlo, que tumbe la puerta, ¿qué crees que pasé? ¿Qué crees tenga que hacer? Enfrentarlo a pesar de que esta armado y que de seguro sabe usar la pistola y que no dudará en disparar. ¿Es lo que quieres qué haga? – terminó el regaño.

Graciela se quedó callada

Aun después de que sus ojos se acostumbraran a la luz, no podía ver gran cosa, apenas la silueta de Rodrigo que pasados unos minutos se acercó a la pared cercana para poder sentarse, apoyando la espalda en esta. Graciela lo imitó, sentándose a su lado.

Permanecieron en silencio un par de horas, hasta que Rodrigo se dejó caer, acostándose. Graciela lo imitó de nueva cuenta, acercando su cuerpo al de el, que terminó abrazándola, aunque sintió confort por parte de Rodrigo, no logró detener mas de una lagrima.

Ambos se quedaron dormidos.

El ruido de la cerradura los despertó, poniéndose de pie de inmediato.

La luz se encendió antes de que se abriera la puerta, lampareándolos, obligándolos a cerrar los ojos, parpadeando en repetidas ocasiones para poder enfocar bien.

Esteban abrió la puerta, no venía armado, pero si traía las ropas de ambos en sus manos para arrojarlas a los pies de ambos.

– Vístanse – ordenó – los espero abajo – se dio la media vuelta y bajó las escaleras.

Ambos se vistieron lo más rápido posible. Y con cautela bajaron las escaleras. No sabían qué hora era, pero supusieron que no habían pasado muchas horas desde que los encerraron, la luz se filtraba entre las pocas ventanas de la casa. Encontraron a Estaban en la pequeña cocina, por donde habían entrado el dia anterior desde la tienda. Él se encontraba preparando el desayuno. Huevo con chorizo según pudieron oler desde que bajaban por las escaleras.

– ¿Así que quieren unirse al CAR? – preguntó, poniendo se atención en la cacerola que tenía en la estufa, moviendo constantemente el contenido. Era suficiente para los tres. En otra hornilla tenía un comal con tortillas calentándose.

Sobre la pequeña mesa había ya tres platos, donde Esteban sirvió los huevos, y poniendo las tortillas en plato en medio de la mesa

– Vamos, siéntense – dijo, dejando la cacerola vacia en la estufa de nueva cuenta – desayunen – ordenó, mientras se sentaba.

No entendiendo bien que pasaba, ambos todavía con cautela se sentaron frente a la mesa, viendo cómo era que Esteban comía con singular alegría.

– Vamos, desayunen, lo necesitan – volvió a incitar, señalando ambos platos.

Graciela fue la primera en tomar el tenedor y llevarse el primer bocado a la boca, para luego tomar una tortilla y empezar a comer el desayuno con intensidad, desde que salió de su casa varios días atrás, no había quedado satisfecha en ningún momento, seguía con mucha hambre. Y por desgracia el desayuno no logró saciar su hambre por completo, se necesitaría mucho más que eso.

– Entonces, ¿el CAR? – volvió a preguntar entre bocados.

– Si, queremos unirnos – dijo esteban empezando a comer también.

– ¿Por qué ahí?

– Es la mejor opción para lograr un cambio verdadero – dijo Rodrigo, realmente convencido de sus palabras.

– Tienes razón y es por eso que tomamos tantas precauciones al respecto, no queremos infiltrados del gobierno.

– ¿Pasamos la prueba? – pregunto Graciela con la boca llena.

– Algo así – sonriendo divertido.

– ¿Ahora qué sigue? – fue ahora Rodrigo quien preguntó.

– Puerto escondido, ahí tienen que buscar al siguiente en la lista.

– ¿Cuántos filtros más son? – pregunto Graciela.

– No lo sé.

– Digo, no quiero andarme paseando por todo el país para nada. No estamos nadando en dinero, no sé si ya se dio cuenta – dijo no muy contenta por la respuesta.

– Así son las cosas, si no les gusta, pueden buscar otro grupo o irse a su casa, nadie los está obligando – respondió de la misma manera.

Se hizo una pausa en que ambos se vieron a los ojos, no de muy buena gana.

– Está bien, en puerto escondido, ¿A dónde tenemos que ir ahí? – preguntó Rodrigo, interviniendo, metiéndose entre los dos.

Esteban les cuenta lo que sabe, que a las afueras de puerto escondido tienen que ir a una pequeña granja donde el que vive ahí les dirá lo que sigue.

Ambos se despiden y salen de la casa de Esteban, quien en cuanto salen, les cierra la puerta de golpe. Ambos suben al auto.

– ¿Nos vamos a ir a Puerto escondido hoy mismo? – preguntó Graciela con muy pocas ganas de seguir viajando, necesitaba descansar un mucho luego de tan terrible experiencia.

– No, no puedo manejar tanto hoy – respondió de la misma manera Rodrigo – vamos a buscar un lugar donde quedarnos y mañana le seguimos – agregó, cosa que le gustó a Graciela.

Regresaron al centro de la ciudad, donde preguntaron sobre alguna posada o similar, lugar barato donde pasar la noche. Encontrando una posada de no mal ver, donde pudieron rentar una habitación solo para ellos y no la compartida como suele suceder.

Durmieron 12 horas seguidas, reponiéndose de la noche en el encierro y la experiencia nada agradable. Graciela fue la primera en despertar, aprovechando el momento para poder meterse a bañar, sintiéndose mucho mejor. Rodrigo se abstuvo en ese momento, alegando que prefería esperar hasta llegar a Puerto escondido. A Graciela no le gustó mucho la respuesta de Rodrigo, no le quedó de otra que aceptar el hecho.

Volvieron a comer tortas hechas en el momento en la plaza principal, antes de subir al carro y dejar atrás Colima, tomando rumbo al siguiente lugar.

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