3.

Mauricio caminaba. Había cumplido las dos horas de marcha. No encontraba el modo de acelerar su caminar. Todavía le faltaba mucho por delante. A los pocos autos que pasaban no querían detenerse. El sol empezaba a calentar más y más el ambiente. Conforme Mauricio avanzaba por las calles vio la magnitud del desastre. Pasó junto a varias construcciones destruidas, colapsadas. La gente empezaba a organizarse para revisar en los interiores de dichas construcciones, buscando sobrevivientes.

Una camioneta combi color azul cielo se detuvo junto a Mauricio. Dos jóvenes iban a bordo. El pasajero asomó la cabeza.

– ¿Va lejos Don? – preguntó, sin detener la camioneta por completo, avanzando a la velocidad de Mauricio.

– No mucho – respondió sin detenerse.

– ¿Quiere un aventón? – la camioneta se detuvo por completo. Mauricio también.

– Acepto – dijo.

– ¡Ya vas! – el joven rápidamente se bajó para abrir la puerta lateral.

Mauricio subió, sentándose detrás del conductor. La camioneta avanzó de nueva cuenta, aunque a lenta velocidad. Era más rápido que seguir caminando, por poco. El pasajero seguía preguntando a los demás caminantes si es que querían un aventón. Poco a poco la camioneta se fue llenando.

– ¿Va a su casa? – preguntó el conductor a Mauricio viéndolo por el espejo retrovisor.

– ¿Mande? – dijo Mauricio distraído.

– ¿Qué si va a su casa? – volvió a preguntar.

– Si. Voy para allá – respondió.

– ¿Busca a alguien? – agregó.

– A mi esposa – dijo, sin sonreír.

– ¿No tiene hijos?

– Estamos esperando la llegada del primero – contestaba de manera automática, sin detenerse a pensar si es que el conductor estaba siendo demasiado entrometido.

– Toda va a estar bien, ya verá.

– Eso espero, eso espero – respondió, haciéndosele un nudo en la garganta.

El joven siguió preguntando a los demás pasajeros.

Poco menos de media hora después de que Mauricio hubiera subido a la camioneta, y ahorrándose un par de horas de caminata bajo un sol asfixiante, llegó a un rumbo conocido y cercano a su destino. Ya solo tenía que caminar unas pocas cuadras y estaría en casa.

– Aquí me bajo – dijo Mauricio poniéndose pie, volteando a ver al conductor, tanto al pasajero vecino, una señora con traje sastre manchado de polvo como casi todos los presentes.

– ¿Está seguro don? – preguntó el conductor, volteando a ver por un breve instante a Mauricio, regresando la mirada al frente de inmediato.

– Sí, claro. Solo tengo que caminar unas pocas cuadras por ahí – respondió, señalando hacia la esquina que acababan de pasar.

– Perfecto. Nomas deje me detengo.

El conductor se orilló. El joven que iba en el asiento del pasajero se bajó rápidamente para abrir la puerta lateral. Permitiendo que Mauricio pudiera bajar.

Poco faltaba para el medio día. Su hogar se encontraba a menos de diez minutos a pie. Empezó a caminar, apresurando el paso. Dio vuelta a la esquina. Caminando más de prisa.

Mauricio y su esposa, Berenice, vivían en un pequeño departamento que estaba en un nuevo conjunto habitacional. La vivienda tenía apenas un par de habitaciones. Por el momento para la joven pareja era más que suficiente para vivir cómodamente. Acababan de comprar la cuna para el bebé. También pintaron la recamara, para que hiciera juego con el color de la cuna y los otros muebles que había ido comprando a lo largo de los meses de embarazo.

Mauricio corría de nueva cuenta.

Solo faltaba una cuadra. Pasó junto a un conjunto de locales comerciales que estaban saliendo de los edificios departamentales.

Se detuvo en seco al llegar a la esquina.

Un repentino dolor de cabeza y de pecho aparecieron, junto con la imposibilidad de respirar adecuadamente. Las manos le sudaban. Abrió la boca para empezar a aspirar grandes bocanadas de aire. Se tuvo que apoyar en la pared solo para mantenerse en pie. No podía dar crédito a lo que sus ojos le mostraban. Fue por eso que los frotó en un par de ocasiones, para descartar la posibilidad que hubiera algún engaño. Para su desgracia todo era verdad.

El edificio donde se encontraba el departamento de Mauricio había colapsado, cayendo los restos sobre el área común, donde los juegos infantiles habían sido colocados. Y que ahora se encontraban bajo los escombros. Solamente un edificio más había resultado dañado, aunque no cayó, si no que terminó apoyado en el otro que soportó el peso. Eventualmente ambos edificios serian derribados.

Un hombre que pasaba por ahí en ese momento reconoció a Mauricio. Se acercó a él. Tocándolo en el hombro, sacándolo de su asombro.

– Están sacando gente viva – dijo el hombre.

Mauricio volteo a verlo. Lo reconoció, no conocía su nombre. Sabía que el señor tenía una papelería en los mismos locales donde estaba parado. El señor cargaba un par de cubetas de plástico.

– Tome – dijo – dándole una de las cubetas que traía en sus manos – vamos a quitar escombros, vamos a buscar a su esposa – agregó, empezando a caminar.

Mauricio caminaba detrás de él con la cubeta en mano.

Escalaron la montaña de escombros. Mauricio trataba de ubicar donde era que estaba su departamento entre todo eso. Nada le importaba más que el poder encontrar a Berenice.

Su departamento estaba en el tercer piso de cinco que tenía en total el edificio. A un costado de la escalera principal. Ubicada en medio de la estructura.

Mauricio se dio cuenta de que estaba parado del otro lado, que tendría que abrirse paso a través de todo el edificio. No le importó. Se quitó el saco, metiendo la pistola y la charola que lo identificaba como agente investigador de los servicios de inteligencia del país dentro y empezó a quitar escombros con las manos desnudas.

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