Entrega 9

Caminó hacia su casa, con calma, todavía con la mente abrumada. Había sido demasiado lo vivido y visto que no podía procesarlo por completo. Sintió algo que nunca había sentido hasta ese punto de su vida, un dolor de cabeza.

Llegó a la casa de los abuelos. El interior de la casa estaba en silencio, cosa que le llamó la atención, ya que fuera alguno de los dos abuelos tenían el radio o la televisión encendidos o ambos a la vez, además de que no le habían avisado que saldría con algún lado, como acostumbraban hacer. Eso no le gustó para nada, tuvo un mal presentimiento. Se dirigió de inmediato a la cocina donde la abuela pasaba la mayor parte del tiempo. Estaba vacía, además se veía que nadie había estado en horas, de seguro desde la noche anterior. Cruzó el pasillo de entrada y llegó al comedor, solo, la sala también, la televisión apagada.  Volvió a salir al pasillo, junto al jardín, al fondo su habitación, al frente, a un costado de la cocina, el baño completo, el mismo que Valeria usaba para sí, y que compartía cuando los abuelos bajaban de las escaleras que estaban a un lado y los pocos invitados que ellos recibían. La abuela y Valeria habían tenido múltiples conversaciones de que Valeria y ellos intercambiaran habitaciones, ya que subir y bajar escaleras se les hacía cada vez más complicado y cansado. Ella no tenía problema alguno al respecto, ya que de todos modos se encontraba lo suficientemente alejados uno del otro para tener suficiente privacidad, el del problema era el abuelo que no quería hacerlo, primero por todo el esfuerzo de mover tantos muebles, a pesar de que Valeria le había dicho que ella podría conseguirles un montón de jóvenes que podrían ayudar, solo que no les dijo que a ellos les pagaría con algún favor sexual, desde un oral hasta un anal, dependiendo. El abuelo seguía negándose, lo que sucedía en realidad era que el abuelo prefería se habitación porque era del doble de tamaño de la pequeña habitación de Valeria. Además de que la habitación de ellos tenía baño propio y no tenía que cruzar el patio en medio del frio de la noche para intentar vaciar la vejiga.

Ella subió las escaleras con prisa, un presentimiento de que algo malo había sucedido le llegó de pronto, recorriendo su cuerpo en forma de escalofrío. La puerta de la habitación de los abuelos estaba cerrada, pero nunca le ponían seguro. Antes de entrar, tocó en un par de ocasiones, ya que a la abuela no le gustaba que entrara de improviso y los viera desnudos, como habia sucedió en un par de ocasiones, tal parecía que los abuelos tenían un gusto arraigado por el estar desnudos, encerrados en su habitación.

– ¿Abuela, abuelo? – preguntó tocando con mayor intensidad de nueva cuenta. Al no recibir respuesta, se atrevió a girar la perilla y empujar la puerta, tan solo un poco – voy a entrar – advirtió.

Recibió el olor del interior, ese olor tan particular y característico de los abuelos, un olor que ya habían impregnado todo en la recamara, luego de décadas de exudarlo de sus cuerpos desnudos. A pesar de tener toda su vida viviendo en esa casa, no se había acostumbrado al olor. Es más, todo lo contrario, cada vez que entraba ahí era peor la experiencia. Se llevó la mano a la cara, tapándose boca y nariz, entrando de lleno a la habitación. Esta estaba en penumbras, las pesadas cortinas estaban encerradas, impidiendo la entrada de la luz del sol.

En la cama, sobresaliendo sobre las cobijas, estaban ambos, parecían que seguían dormidos.

– ¿Abuela, abuelo? – preguntó Valeria, acercándose lentamente a la cama, esperando alguna reacción de parte de ellos, nada sucedió.

Siguió hablando, hasta estar cerca de la cabecera, junto a la abuela, ella estaba acostada de lado, con la cabeza hacia el interior de la cama, de igual manera que el abuelo, ambos viéndose de frente.

Valeria la agitó, hablándole, esperando a que despertara, o al menos diera señales de vida, sin respuesta. Una ola de tristeza invadió a Valeria, humedeciéndole los ojos casi de inmediato. Se limpió las lágrimas, para poder ver bien, aunque estas seguían apareciendo una tras otra. Tocó la cara de la abuela, no estaba fría, pero tampoco caliente, las cobijas lograban mantener el calor corporal un poco más mientras el cuerpo empezaba a enfriarse. Al pensar eso se asustó, ahogando un grito, dando un paso atrás, llevándose la mano a la boca, juntándola con la otra. No podía creer lo que estaba sucediendo, no a sus abuelos. Le quitó parte de la cobija a la abuela, dejando ver la espalda y el hombro desnudo, ya se imaginaba algo así, lo mismo sucedería con el abuelo. Al tocar el hombro de la abuela lo sintió igual de tibio, volviendo a asustarse.

– ¡Abuelo! – gritó desesperada, queriendo que el abuelo despertara y la ayudara a entender lo que sucedía.

Le dio la vuelta a la cama, llegando al lado del abuelo, sacudiéndolo también, encontrándolo sin vida de igual manera.

Retrocedió un par de pasos, hasta que chocó contra la pared, deslizándose hasta quedar sentada en el piso, llorando inconsolable, permaneció ahí durante largo rato, hasta que la realidad la golpeo. Algo tenía que hacerse al respecto, y eso era el hablar a las autoridades. Con voz entre cortada y no pudiendo parar de llorar llamó al 911 explicando lo sucedido. Casi una hora después una patrulla, asi como una ambulancia se detuvieron frente a la casa de los abuelos de Valeria. Cuando tocaron a la puerta fue el momento en que Valeria por fin se puso de pie, sintiendo dolor en las articulaciones por tanto tiempo de estar inmóvil en la misma posición. El primero en aparecer fue un oficial de policía que se presentó ante ella, quien no puso atención, no recordaría el nombre del policía en todo el tiempo en que se sucedería el proceso. Junto con él, entraron un par de enfermeros y un hombre de traje, que también dijo su nombre, teniendo el mismo resultado que el policía,  se trataba de perito que daría fe de los hechos, par que Valeria no tuviera la responsabilidad de nada sobre la muerta de sus abuelos.

Valeria con parsimonia y un bastante alejada de la realidad llevó a los hombres a la entrada de la recamara. Entraron los cuatro, quedándose Valeria en el marco de la puerta, viendo todo a la distancia. Mientras el trajeado hacia la revisión de los cuerpos, el policía se acercó a Valeria, empezando a interrogarla, haciendo anotaciones en una pequeña libreta. Valeria por su parte, solo contestaba con monosílabos, entendiendo a medias de que se trataba todo.

Luego de que los cuerpos fueran levantados y metidos en la ambulancia por parte de los paramédicos, Valeria fue llevada al ministerio público, donde relató gran parte de lo que sucedió en el día, evitando hablar al respecto del templo, además de lo sucedido en su interior, sobre el Cobijas y Telmeo, sobre los sueños y pesadillas y sobre la agresión del hombre la noche anterior, cualquiera que hubiera sido esta, se inventó una historia como había hecho en más de una ocasión cuando sus abuelos la cuestionaban al respecto de su «trabajo» y de donde salía tanto dinero.

Al final de cuentas, el perito le platicó a Valeria que luego de la rápida autopsia preliminar que hicieron los doctores del servicio médico forense, determinando que la muerte de ambos había sido de causas naturales en una no tan común coincidencia, pero que sucedió, no existía nada que investigar y que Valeria podría irse a su casa a seguir con los trámites para el funeral y sepelio de los abuelos.

Los rituales religiosos se llevaron a cabo con una Valeria que aunque presente, estaba muy ausente de todo. Afortunadamente para ella, sus abuelos habían tomado las medidas precautorias para cuando el momento llegara, Valeria no tuvo que meter las manos para nada, terceros se encargaron de todo. Unos pocos vecinos se presentaron a estos rituales, sobre los padres de Valeria fue lo mismo que toda su vida, nadie sabía nada.

Cuando todo terminó, un día después de que Valeria encontrara los cuerpos de sus abuelos, ella pudo regresar a casa, pudiendo estar sola, alejada de todo y de todos, su cabeza era un verdadero embrollo, demasiados pensamientos, demasiadas emociones, demasiado de todo. Ya no quería pensar, lo único que deseaba era el poder estar en su recamara, acostada en su cama, el poder dormir cuanto quisiera, que su mente no la estuviera torturando a cada minuto del día.

Era media tarde, faltaban un par de horas para que el sol se metiera tras el horizonte, Valeria entró a la casa, la encontró en silencio, eso le provocó un torzón en el estomago y punzada en el corazón, hizo de tripas corazón, atravesando la casa hasta su habitación apretando el paso, no queriendo saber nada. Se encerró en su habitación, se desnudó y metió bajo las sabanas de su cama. El sueño llegó casi de inmediato, logrando dormirla. Esa primera noche en esa casa sola durmió bien, más de 12 horas seguidas. Sería su última noche de sueño completa en mucho tiempo.