ANTOJO

Marisa fue rescatada con vida de aquel infierno donde se encontraba, luego de meses de flotar a la deriva en ese pequeño yate sin comida y agua, logrando sobrevivir apenas. La encontraron sola, ninguna de las otras cinco personas que la acompañaban, incluido su novio, fue encontrado en la embarcación.

Durante algún tiempo Marisa estuvo en un estado catatónico. Cuando empezó a recuperarse, no recordaba nada de lo sucedido, solo que había salido de paseo, una tormenta se vio en el horizonte y luego fue rescatada, sintiéndose mal, con mucha hambre y sed, despertado en el hospital. Los doctores llegaron a la conclusión de que Marisa tuvo una experiencia tan traumatizante que su mente la bloqueo del todo, fue tan fuerte que nada lograba desbloquearla, incluyendo hipnosis, tratamiento que intentaron sin éxito alguno.

Parecía que Marisa se había recuperado, logrando regresar a su vida anterior, haciendo los ajuntes necesarios, dando una solemne despedida a los que fallecieron en el terrible viaje ante circunstancias tan extrañas.

Pero, mientras Marisa vivía su vida como cualquier otra persona, por las noches su subconsciente tenía sus propios planes. En forma de pesadillas le hacía recordar los horrores a los que fue sometida. De cómo el agua y la comida se acabaron a los pocos días, la locura se apoderó de todos, las paleas y complots aparecieron, la violencia se hizo presente, uno de ellos murió, mientras veía su cuerpo sin vida, la idea surgió, la decisión fue unánime.

Los restos canibalizados del hombre fueron arrojados al océano, donde los peces y demás creaturas marinas harían el trabajo de desaparecer toda evidencia.

Le siguieron días y noches de mucho arrepentimiento y llanto, al mismo tiempo de sentirse agradecidos de seguir con vida.

Días después el hambre volvería a aparecer, haciendo que la locura volviera a aparecer y alguien más perdiera la vida y el ritual se repitiera de nueva cuenta.

El ciclo se repitió hasta que solo quedó Marisa y así fue encontrada, sola, en un rincón del yate, a punto de morir de sed, con toda la locura dentro de ella.

Fue ella misma quien acabó con la vida de su prometido, de aquel hombre a quien había jurado amar toda la vida, en las buenas y en las malas hasta que la muerte los separara.

Marisa despertaba soltando un grito, bañada en sudor, diciéndose de que todo habia sido producto de su mente, un sueño y nada más.

Los meses se sucedieron sin que Marisa mostrara cambios en su vida luego del incidente, más allá de las pesadillas que lograba reprimir, tomándolas como eso, simples sueños. Incluso empezó una nueva relación con un joven apuesto, de quien se había enamorado, llegando a pensar en el matrimonio.

Fue un día, cuando en el departamento de Mario, el joven a quien marissa empezaba amar sobre todas las cosas. El cocinaba, cortando vegetales sobre una tabla de picar, cuando accidentalmente se hizo una cortada en un dedo, lanzó un quejido de dolor, soltando el cuchillo, que cayó al piso, llamando la atención de Marisa, quien se acercó a ver lo que sucedía, la herida empezó a sangrar de inmediato, dejando unas gotas rojas en el camino de la tabla de picar al fregadero, donde Mario empezaba a lavar su herida.

– ¿Qué pasó? – Pregunto Marisa, acercándose.

– Una pequeña herida, no te preocupes – respondió poniendo el dedo bajo el chorro del agua, la sangre seguía fluyendo, manchando el agua, eso llamó la atención de Marisa.

– Déjame ver – dijo ella, acercándose, sujetando el brazo de Mario, jalándolo hacia ella, viendo como la sangre salía de la herida de casi un centímetro de longitud.

– No es nada, ahorita me pongo una curita y listo, no te preocupes – Mario retiró su mano, emprendiendo el camino hacia el baño, donde estaba el botiquín de primeros auxilios.

Ella se quedó ahí, viendo sus dedos manchados con la sangre de Mario, obedeciendo a su impulso que surgió de lo más profundo de su mente, se llevó los dedos a la boca, saboreando la sangre, fue un orgasmo en sus pupilas gustativas, como si se tratara del más exquisito de los manjares. Sabía que no era la primera vez que había probado algo así. Lo más importante, era que quería mas, no solo sangre, quería a Mario completo y por partes.

Con la punta del dedo fue recorriendo todas y cada una de las gotas de sangre derramadas, chupándolas hasta no dejar nada, saboreándolas lentamente, excitándose al máximo. Del piso, levantó el cuchillo, tomándolo con firmeza, empezando a caminar hacia el baño, con una misión y solo una.

Mario estaba dentro, terminando de ponerse la curita en el dedo, deteniendo la hemorragia.

– Ves, te dije que no había de que preocuparse – dijo, sin levantar la vista, concentrado en su herida, que no vio a Marisa, la escuchó llegar.

Ella no tenía ninguna duda de lo que quería hacer, levantó el cuchillo, tenía que actuar rápido y lo más fuerte posible, ya que si le daba oportunidad, Mario podría herirla, incluso llegar a matarla.

Su objetivo, el cuello, que era lo que tenían al alcance en esos momentos.

El cuchillo penetró el cuello, Mario sintió dolor, se llevó las manos al cuello, encontrándose con un gran tajo que le había cortado la carótida en dos, la sangre brotaba descontroladamente, intentó hablar, no pudiendo, el corte llegó hasta la tráquea, las cuerdas vocales habían sido cercenadas. Volteo a ver a Marisa, sorprendido y asustado, tratando de buscar una explicación, encontrándose que ella tenía el cuchillo ensangrentado en la mano, con una enorme sonrisa en el rostro.

Mario lloraba mientras trataba de detener el sangrado. Retrocedía, alejándose de Marisa, trastabillo, chocando contra el borde de la regadera, yéndose de espaldas, golpeándose fuertemente en la cabeza, quedando algo aturdido, sentía frio y las fuerzas le fallaban. Intentó levantar la mano, queriendo detener a Marisa, que se abalanzaba sobre él, yéndose al cuello, intentando beber la sangre caliente directo del envase.

Era un enorme placer el que Marisa sentía, mientras Mario moría y ella bebía su sangre, levantando el rostro manchado, lanzando un grito de placer absoluto.

Mario lanzó su último suspiro, cayendo lentamente, quedando sobre su costado, los ojos permanecían abiertos, mostrando la facción del horror puro y absoluto en que se había convertido sus últimos minutos, luego de una simple cortada.

Marisa, luego de satisfacer su primer impulso, se puso de pie, sin perder tiempo, yendo primeramente por unas tijeras, que uso para cortar la ropa de Mario, desnudándolo por completo, metiendo la ropa ensangrentada en una bolsa, en el mar no había tenido ningún problema, simplemente arrojaba todo sobre la borda del yate y problema resuelto, ahora tuvo que meterlo todo a una bolsa de plástico, la típica para la basura, dejándola temporalmente en el baño. Fue a la cocina, buscando el cuchillo más grande y filoso que tuviera Mario. Terminó siendo el mismo el que había usado y cortado.

Le tomó algo de tiempo, pero logro destazar el cuerpo de Mario, la practica que había tenido en el yate, le había servido para reducir el tiempo y ser más eficiente en cómo hacer los cortes. Cuando terminó, quedo con el cuerpo de mario en varias partes, la cabeza la metió en la misma bolsa donde había metido la ropa.

El problema era sacarlo, la idea era llevarlo a su casa y dejar completamente limpio el departamento para luego fingir demencia si es que llegaban a preguntar por el.

Fue cuando recordó el carro de Mario, abajo, en el estacionamiento subterráneo del edificio. Busco las llaves, encontrándolas en una pequeña mesa, junto a la puerta principal, ella no era tan buena conductora, pero yendo despacio no habría problema alguno.

Mientras manejaba al carro de Mario al otro lado de la ciudad, pasó junto a una empresa que rentaba pequeñas bodegas, fue cuando se le ocurrió una idea, que no era realmente mala, sino todo lo contrario. Rentar una bodega, comprar un refrigerador grande, donde poder mantener la carne congelada y donde nadie sospechara nada, además de empezar a buscar un departamento donde poder vivir sola y disfrutar de los manjares que Mario y quien sabe quién más podían ofrecer.

El carro de Mario ardió por completo, quedando solo un armazón de metal chamuscado.

La policía fue a interrogar a Marisa en más de una ocasión, ella se mantuvo en su historia, se vieron, cenaron, el intentó sobrepasarse, ella lo cacheteo y salió del departamento. El no había llamado, ni lo había vuelto a ver. La policía la siguió durante algún tiempo, tiempo en que ella solo iba del trabajo a su casa y nada más, manteniendo reclusión autoimpuesta, hasta que un día, en la mañana, varios meses después, el carro donde estaban los policías había desaparecido de fuera de su casa. Marisa pudo respirar tranquila, aun así, esperó un par de semanas antes de volver a la bodega.

– Oye, eso huele muy rico – dijo Ximena, pasando junto a la mesa de la cafetería de la empresa donde Marisa trabajaba, para luego sentarse frente a ella – ¿Qué comes?

– Carne en salsa, vieja receta familiar – era una receta que su madre le había pasado y que ella preparaba con cordero. En esos momentos, Marisa comía parte del brazo izquierdo de Mario.

– ¿Me das a probar? – preguntó tímidamente y con una gran sonrisa.

– Claro – Marisa accedió de inmediato y sin dudar, pasándole el topper donde traía el guisado.

Ximena probó un bocado, saboreando.

– Güey, esto esta riquísimo – abusando un poco de la confianza de Marisa, comió otro par de bocados antes de regresárselo – te quedó riquísimo.

– Muchas Gracias – dijo tímidamente Marisa.

– Deberías de poner un puesto de comida y venderlo, yo si te compraría.

Marisa lo pensó durante unos segundos, la verdad era que no era tan mala idea, aunque eso significaba que tendría que surtirse de carne más seguido y presentaba un peligro de que se dieran cuenta de lo que hacía, pudiendo terminar en la cárcel o peor.

Ximena se puso de pie, tomando camino de regreso a su lugar de trabajo, Marisa la vio alejarse, le gustó lo que vio, piernas gruesas y musculosas, nalgas con algo de grasa que le darían mucho sabor. Mario ya casi se le acababa y necesitaba nuevo abasto de carne, tal parecía que la acababa de encontrar.

Al día siguiente empezó a ofrecer entre sus compañeros de trabajo, apenas unos pocos, los de confianza que llevaría alguno de los guisados que solia preparar, que podía llevarles si gustaba y cobrarles, más de uno aceptó, empezando asi su pequeño negocio de comida.

Al mismo tiempo, empezó a acercarse más a Ximena, con una sola idea en la cabeza. Hacer birria con sus nalgas, caldo de “res” con sus piernas y asi, todo un vasto repertorio de comida que disfrutaría no solo ella, también todos aquellos que compraran sus platillos.

Esa noche, luego de haber cenado y bebido, un tanto mareadas, hicieron el amor, siendo la primera vez para Marisa que descubrió que no solo era Canibal, si no bisexual, cosa que le gustó.

Cuando acabaron, Ximena había acabado rendida, con dolor en quijada y otras partes. Marisa también dormitó durante algunos minutos, para luego ponerse de pie, dejando a Ximena en la cama, desnuda. Fue a la cocina, de donde tomó el mismo cuchillo que había usado en el departamento de Mario, regresó a la recamara, se quedó de pie junto a Ximena, viendo y deleitándose con su cuerpo desnudo. Quitó con cuidado la sabana, no quería despertarla, Ximena estaba boca arriba, sus senos apenas se colgaban a los costados, todavía jóvenes y firmes, su vientre sin un solo vello púbico. Si Marisa hubiera sido hombre, en ese momento hubiera tenido una erección. Por un momento considero en no quitarle la vida y tener sexo con ella cuantas vece pudieran pero el hambre era mucha, le gustaba el sexo, pero se le antojaba más para comérsela.

Volvió a levantar el cuchillo, dispuesta a dar la puñalada mortal.

Ximena abrió los ojos, en cuanto sintió el cuchillo entrar en su pecho. Fue lo último que hizo en vida, no supo lo que sucedió, ni quien lo provocó, simplemente murió en una dolorosa y corta agonía.

Marisa no movió el cuerpo de Ximena, dejando incluso el cuchillo en medio de los senos de Ximena, no quería que la sangre fuera a salir y que hiciera su manchadero en la cama y sabanas, manchas que no saldrían en la lavandería.

Como cada fin de semana, se encontraba sola, su compañera de cuarto había desaparecido, no volvería hasta el domingo en la madrugada, solo para dormir unas pocas horas y salir a trabajar el lunes, como todas las semanas, apenas si cruzaban palabra entre ellas.

Marisa había prevenido la situación, había guardado una lona de plástico que compró un par de días atrás, luego de que Ximena le confirmara de que se vieran esa noche del sábado.

Puso el cuerpo de Ximena en la lona y arrastrándola, la llevó al baño, donde extrajo el cuchillo y empezó el proceso de descuartizamiento. Cuando terminó, subió todo a su auto y se fue directo a la bodega, donde guardó la carne y después fue a las afueras de la ciudad, a una zona donde sabría que nadie buscaría y dejó la cabeza y todo aquello que no le interesaba. Nadie más supo de nuevo de Ximena, jamás encontraron ninguna parte de su cuerpo, simplemente desapareció.

            Marisa cambiaba constantemente de trabajo, siendo consciente de que era siempre una de las principales sospechosas, pero como era muy cuidadosa con su trabajo, salía de los radares de las autoridades en poco tiempo.  Eso le permitió que siguiera desapareciendo gente sin problema alguno. Era muy selectiva con sus gustos, no le gustaba la carne vieja, o con vicios, ningún tipo, le gustaba gente que fuera al gimnasio o llevara una vida lo más saludable posible. Ademas de acabar con ellos de una manera rápida y menos dañina para la carne, quería que el sabor no se alterara por la adrenalina o situaciones similares. Logró refinar sus métodos para poder matar y cortar convirtiéndose en toda una experta en el arte de la carnicería y en la cocina, si se hubiera dedicado a las otras carnes, podría haber habierto un restaurante obteniendo los mas altos reconocimientos en el ámbito culinarios.

La policía entró al departamento de Marisa, tenían orden de cateo, luego de casi una decada de investigación, llegaron a la conclusión de que ella era a quien buscaban en el caso de las desapariciones de un par de decenas de personas.

Encontraron a Marisa en la ventana de su habitación, estaba de pie, viendo hacia el vació que se presentaba ante ella, 5 pisos de altura, y abajo, varios autos estacionados de los vecinos.

– Deténgase señorita, no cometa una locura – dijo el policía que la descubrió, dándose cuenta de las intenciónes de ella.

– Locuras son las que he estado haciendo desde que terminé en ese yate – respondio ella, apenas volteando al interior de la habitación.

– Todo va a estar bien, baje por favor, platiquemos – trató de razonar con ella, queriendo convencerla de que bajara y poder asi detenerla y llevarla asi ante la justicia.

– Todo está mal y no existe una solución – fue lo último que dijo, lanzándose al vació, asegurándose de ir cayendo de cabeza, con la intención de terminar con su vida de manera instantánea.

Y así fue, no sintió nada cuando su cabeza y cuerpo se estrellaron contra el auto que estaba estacionado justo debajo del departamento de Marisa.

– Ándale, hazlo – dijo Alex, el novio de Marisa, estando ellos dos solos en el yate, eran los últimos sobrevivientes.

No había nada de comer y apenas un poco agua de lluvia que habían logrado capturar.

Marisa estaba frente a el, desnuda, con un cuchillo en la mano. Habían tenido sexo. Alex también estaba desnudo. Marisa lo vio de arriba hacia abajo.

Lo habían meditado durante días, al ver que la situación no cambiaba, que seguían en alta mar, a la deriva, sin nadie que los fuera a rescatar y lo que quedaba de la carne extraída del que fuera el capitán del yate a punto de agotarse.

Ninguno de los dos quería morir, tampoco quería que el otro sufriera. Al final lo dejaron a la suerte, Alex perdiendo.

Habían tenido sexo a modo de despedida, siendo un encuentro muy agridulce. Lo disfrutaron, aunque sabían que el siguiente paso era inminente.

– Vamos, hazlo – volvió a decir Alex.

– No… no puedo – dudó un poco Marisa, que hasta ese momento, aunque habia estado presente, como todos los demás, en los momentos en que fueron perdiendo la vida uno por uno en manos de alguien más, no había participado.

– Me volteo para que se te haga más fácil – dijo Alex, dándose la media vuelta, dándole la espalda a Marisa.

Fue la punzada de hambre la que hizo que Marisa levantara el cuchillo y se lanzara contra Alex, dando un brinco para colgarse de su cuello y cortárselo de un lado al otro. Alex se llevó las manos al cuello en un acto instintivo, pero completamente inútil. Se quitó a Marisa de encima, quien cayó a un lado, observando toda la escena, no estaba asustada o conmocionada por lo que veía, todo lo contrario, una risa se dibujó en su rostro, mientras Alex daba sus últimos estertores de vida.

Justo antes de que Alex perdiera la vida, estando ya tirado en el suelo, lleno de sangre, ella se acercó, primeramente para quitarle las manos del cuello y acercar la cara para beber se su sangre, manchándose el rostro, para luego besarlo por última vez. Cuando se separó, Alex estaba muerto.

            Marisa no perdió el tiempo, tomó el cuchillo para empezar a cortar los trozos que le interesaba conservar.