Cupido

Despertó, la realidad era todavía confusa para él. El dolor de cabeza lo ubicó en el lugar que correspondía, definitivamente ya no estaba dormido. Todo apestaba a humo de cigarro, vomito y alcohol. Vio un gran charco color verde a los pies de la cama. La boca le sabía a alcantarilla, también estaba presente el sabor a sangre. Con lentitud y dolor se levantó y caminó hacia el baño. Su rostro no era su rostro, algo horrible le había pasado, los ojos estaban rojos, un moretón se asomaba en uno de los pómulos, tenía un labio hinchado, una mezcla entre babas, vomito y sangre seca estaban pegadas en su mentón. Una mancha en el hombro llamó su atención, tenía un nuevo tatuaje. Las ansias de vomitar aparecieron con velocidad sorprendente, que apenas llegó a la taza que estaba a un costado del lavabo y del espejo donde se había estado viendo. La taza también mostraba las huellas de la batalla. No vomitó nada más que un amarillento jugo gástrico en movimientos cada vez más dolorosos hasta que terminó en el piso, soportando el dolor. Lagrimas corrían por su rostro por el esfuerzo.

A pesar de no recordar demasiado lo sucedido de los días anteriores, Cupido sabia que la fiesta de su cumpleaños numero cuarenta había sido un éxito. A pesar de eso, entró en una profunda depresión de la mediana edad. Hacia mucho tiempo que cupido había dejado de tener la figura del niño regordete con alas que muchos confundían con un querubín, uno de esos angelitos nalgones de la catedral. Las arrugas empezaban a aparecer en su rostro como las canas en su cabello, los tatuajes en su pequeño y regordete cuerpo lo obligaban a usar ropa de manga larga, mostrando una imagen completamente diferente a la que debería. A pesar de no tener un substituto y ser el mejor en lo que hacia, su trabajo ya no lo satisfacía. Lo peor de todo era la soledad. Llegar a una casa vacía, luego de estar emparentando humanos todo el día. Vamos, ni siquiera tenía un perro que le moviera la cola. Ese día se quedó largo rato sentado en la orilla de la cama viendo al piso antes de decidirse entre ir a trabajar o mandar todo a la chingada de una buena vez y quedarse en cama y no volver a salir de ahí jamás. Al final, se bajó de la cama y salió hacia el trabajo, jalando su maleta con rueditas, donde traía todo el material que usaba en su trabajo. Las oficinas estaban un edificio de veinte pisos de altura. Tardó más de media hora en encontrar un lugar donde poder estacionar su camioneta todo terreno, modificada especialmente para que alguien de su tamaño. Alguien había ocupado su lugar y él sabía perfectamente de quién era ese lamborghini rojo. Subió hasta el piso quince. Llegó a su oficina dejó su maleta, y salió a buscar al dueño del carro invasor. Lo encontró en la cafetería, comiendo galletas con leche.

– ¡Tu! ¡Cabrón! – gritó Cupido furioso.

– ¿Qué onda Cupido? – dijo Santa Claus con su eterna voz llena de alegría – ¿Cómo estas chaparrito?

– ¿Por qué chingados pusiste tu mamada de carro en mi lugar? – Cupido subió hasta la mesa para poder gritarle a la cara a Santa.

– ho ho ho – rió Santa – dirás mi lugar, pinche chaparrito.

– ¿Qué? ¡Ni madre!, ese lugar ha sido, es y será mío, siempre, entendiste pinche gordo, ¡mío!

– Eso díselo al jefe, mando un memorando donde hizo la reasignación de los puestos de estacionamiento entre otras cosas que te parecerán interesantes – a pesar de los gritos, Santa no perdía la compostura ni la sonrisa.

– ¡Ese pendejo! Hijo de la… – Cupido, con espuma en la boca y a punto de ponerse verde por el coraje, se bajó de la mesa y fue a su oficina. Encendió la computadora y buscó dicho memorando en el correo electrónico. La sarta de palabrotas que dijo cuando lo leyó, se escuchó por todo el piso, incluso algunos aseguraron haberlas escuchado en otros pisos vecinos. El memorando decía que debido a los pobres resultados obtenidos por parte de Cupido y otros elementos, se reasignarían, aunque más bien, los degradarían. Se les quitarían derechos de estacionamiento, el subsidio de la comida dentro de las instalaciones, la llave del baño de ejecutivos y por ultimo tendrían que ceder la oficina y cambiarse a un cubículo. Cupido salió hecho una furia de su oficina con rumbo hacia la de su jefe, en el camino se encontró con la Hada de los dientes que lo saludó.

– Hola Cupido – dijo ella llena de alegría.

– Chingas a tu madre – contestó sin molestarse en saber de quien se trataba.

 Llegó a la oficina de su jefe, la secretaria hablaba por teléfono.

– Necesito hablar con él – dijo Cupido sin detenerse y con la intención de abrir la puerta sin llamar.

– Perdón chaparrito, pero no puedes pasar – le dijo la secretaria colgando el teléfono.

– Chaparrito tu chingada madre, que entre perros hay razas y tu ni a gata llegas – obviamente el coraje no se le había bajado ni tantito – soy el Señor Cupido para ti, que no se te olvide.

La secretaria casi se hace pipí del susto ante las palabras y la actitud de Cupido.

– Si señor, perdón señor, pero se ve tan adorable con esa carita de enojado – trató de arreglar la no muy inteligente secretaria.

– ¡Carajo! – gritó Cupido.

– Perdone de nuevo señor, es que no lo puedo evitar, es que su carita de… – se detuvo en seco en el movimiento de pellizcarle una mejilla – el señor no esta, señor Cupido, si gusta esperarlo – enderezándose en la silla.

– ¿Cuánto tardara?

– Lo ignoro señor, esta en una junta en el piso veinte.

– ¡Carajo! – Gritó – lo espero.

Por más de una hora, Cupido estuvo dando vueltas a la oficina de un lado al otro, teniendo que soportar la mala música que salía de las bocinas de la computadora. La secretaria por su parte soportando el incesante caminar de Cupido sin poder decir nada porque podría despertar la enorme furia que tenía contenía en ese pequeño cuerpecito.

El jefe llegó con aires de grandeza, algo típico en él desde el momento en que lo asignaron jefe de sección a la temprana edad de 25 años. Saludó a ambos y entró a la oficina cerrando la puerta detrás de él. Un par de minutos después, le dijo a la secretaria que Cupido podía pasar. Cupido tomó un largo respiro para luego cruzar la puerta. El jefe lo recibió sentado detrás de su escritorio, en una silla con un respaldo demasiado grande, creando una imagen contraria a la que el esperaba mostrar, ya que parecía mas un niño chiquito que el poderoso hombre en su trono.

– Cupido ¿en qué puedo ayudarte? Siéntate por favor. – dijo todavía con el tono juvenil.

Cupido obedeció, subiéndose a una de las sillas, los pies le colgaban a más de 30 centímetros de altura.

– Quiero saber que es esa mamada del memorando que mandaste. – haciendo énfasis en la palabra mamada – Como qué quitarme la llave del baño, la oficina y el lugar de estacionamiento, mi lugar, el mismo que he tenido desde hace tanto tiempo. No lo puedes hacer – Cupido no era ningún tarugo, sabia que si se ponía a gritar solo empeoraría las cosas, pero el controlarse le costo demasiado.

– Entiendo tu molestia, pero son las nuevas medidas que ha tomado la gerencia en cuanto a producción y resultados y la verdad, tu desempeño no es muy bueno que digamos, es más, es bastante malo. La junta que tuve hoy fue para convencerlos de una cosa: que podía ayudarte no solo a mejorar y recuperar tus beneficios, sino conservar tu trabajo.

Cupido se quedó en shock cuando escuchó la última frase ¿llegarían realmente a despedirlo? Nunca pensó que algo así podría sucederle, siempre pensó que a pesar todo, el tendría su trabajo asegurado.

– Te vas de vacaciones – dijo el jefe poniéndose de pie.

La impresión de cupido fue todavía mayor, algo así como no saber si reír o llorar “por fin, por fin unas vacaciones” pensaba en un instante “¿será qué ya tienen a alguien mejor que yo?” pensaba en el otro.

– Sabemos que el estrés puede ser mortal, y que nunca has tenido unas vacaciones. Por eso, viendo como han descendido tus números, hemos decidido en que te tomes el tiempo necesario para que te vayas a donde tú quieras, todo pagado.

– Y… – Cupido hizo una pausa, más que dramática, de no querer hacer la pregunta por no saber la respuesta – ¿Quién me va a reemplazar?

Tenia un miedo curioso o una curiosidad miedosa por la respuesta, la incontinencia nerviosa apareció, pero Cupido logró controlarse, solo una pequeña gota de orina mancho sus pantalones.

– Sabes perfectamente que no tenemos substituto. Emplearemos varias campañas y estrategias como las cadenas de correos de Internet que han tenido buena aceptación, también el rocío masivo de feromonas, que aunque no son muy confiables, es barato y fácil de hacer y tácticas por el estilo. Creemos que la humanidad puede prescindir de tus servicios por un tiempo, los analistas creen que el impacto en tan poco tiempo no perjudicaría ni en el presente o futuro directo.

– ¿Qué lapso mayor de tiempo calcularon? – pregunto Cupido más que satisfecho con la respuesta.

– Seis meses.

– Esta bien, me voy seis meses de vacaciones – dijo sonriendo.

– Perfecto. Hablare con Recursos Humanos para el papeleo, tu no tienes nada de que preocuparte, y nos vemos en seis meses.

Se despidieron estrechándose las manos y Cupido salió de la oficina.

El coraje de Cupido había desaparecido por completo, ahora transpiraba felicidad por todos y cada uno de sus poros. Incluso, saludo al Hada de los Dientes, que en un principio la había mandado lejos, muy lejos.

– Hola hermosa – dijo Cupido – buenos días.

– ¡La tuya pinche enano pendejo! – le respondió el Hada todavía ofendida.

– Yo también te quiero – se despidió Cupido reanudando su marcha.

El sol caía en el pequeño cuerpo desnudo de Cupido. Ya le hacía falta una buena bronceada, también de un poco de paz y mar, además de muchas mujeres desnudas. Principal razón del por qué había escogido esa playa nudista como destino turístico.  Esa noche fue al mismo antro al que había estado yendo desde el primer día en que llegó y del cual salía con una mujer diferente cada noche. Después de un par de horas de estar bebiendo y platicando con posibles prospectos de conquista. Vio entre la multitud a una mujer de unos 25 años, que estaba intentando bailar no lejos de ahí. Aunque en realidad se movía sin ningún ritmo por lo tomada que estaba. Trastabillando a cada rato, a punto de caerse en varias ocasiones. El hombre con quien bailaba lograba sostenerla en cada mal paso que daba. Hubo un momento en que la mujer dejó su vaso en la mesa y empezó a caminar con dirección hacia Cupido, en claro camino hacia los baños que estaban a espaldas de él. Quien no podía dejar de verla y su intento de caminar derecha. Ella sonreía con esa sonrisa inconciente de borracho, en la que no se sabe si sonríe o hace mueca por qué va a vomitar. Tropezó con su propio pie, yéndose de nariz, no hubo nadie que pudiera sostenerla. No gritó, ni chilló, no hizo ni un sonido. Nadie a su alrededor hizo un intento por ayudarla, había aterrizado a los pies de Cupido. Ella levantó la cara enrojecida por el golpe, una gota de sangre salió de su nariz.

– Hola guapo – dijo sonriendo para luego vomitar, manchando los zapatos de cupido – yo, lo… lo… siento – intentaba hablar y limpiarse de la boca el hilo de baba que le colgaba. Dejó caer la cabeza de golpe de nuevo, se había quedado dormida.

Cupido se había enamorado.

La encontró al día siguiente, entrando al restaurante donde él estaba desayunando a las tres de la tarde. La reconoció de inmediato a pesar de traer unos enormes lentes oscuros y una cachucha, ocultando lo mejor posible no solo la enorme cruda que traía encima, si no el moretón en un ojo y la nariz hinchada por la caída. Era irónico que la persona encargada de unir a las parejas, no pudiera acercársele a una mujer para platicar con ella. Se sentía bastante estúpido. Se sentiría peor si al menos no lo intentaba. Así que, tomó aire, tomó valor, también tomó mucho de su michelada. Por último, tomó su tarro y se lanzó.

– Hola – dijo él.

Ella volteó y no vio quien le había hablado, fue hasta que bajó la vista y encontró al pequeño Cupido, con su cuerpo tatuado y tarro en la mano, despertando ternura en ella.

– Hola – respondió ella, sonriendo lo mejor que pudo, se podía ver claramente que sufría por la cruda.

– Si que estuvo buena la fiesta.

– No tienes ni idea – respondió ella con tono un tanto irónico.

– Si, un poco, vomitaste en mis zapatos.

Se ruborizo a tal grado que parecía que toda la sangre se le había subido a la cabeza y que está explotaría por la presión.

– ¡No te creo! – gritó llevándose las manos al rostro.

– No mucho, se limpiaron fácilmente.

– Hijote, que pena – dijo todavía con las manos sobre el rostro.

– No te preocupes. Soy Cupido – extendió su mano.

– ¿Cupido? ¿Qué clase de nombre es ese? – respondiendo al saludo.

– No sé, como que no le caí bien a mis papas.

Ella río, tenia un enorme espacio entre los dientes de arriba. Cupido se enamoró todavía más.

– A lo mejor fuiste no deseado – dijo ella.

– y por eso me desgraciaron la vida.

Ella volvió a reír, aunque hinchada, su nariz era pequeña, respingada, que mas bien parecía enchufe de pared. Cupido no podía dejar de verla, también aprovechó para sentarse y empezar a platicar. Se llamaba Argelia Amairani Abigail.

– ¿Qué eso no es un trabalenguas? – preguntó Cupido.

La risa de ella era contagiosa y no tenía problema para reírse estruendosamente y que los demás voltearan a verla. Pasaron varias horas platicando. Resultó que tenían mucho en común y que a pesar de la diferencia de edades y estaturas se llevaban muy bien. Anocheció y ellos seguían en el restaurante. Se despidieron por el momento, acordando verse al día siguiente. Pero esa noche Cupido se la pasó pensando en Argelia Amairani Abigail, incluso cuando estaba con la conquista de esa noche, imaginó que esta con ella en esa cama de hotel. A partir del día siguiente, solo estuvo Argelia Amairani Abigail para Cupido y Cupido para Argelia Amairani Abigail. Hasta el inevitable regreso de ella cuando terminaron sus vacaciones. Esa ultima noche juntos, Cupido se llenó de valor y vacío la vejiga. Le pidió a Argelia Amairani Abigail que se hincara frente a él, ya que de haber sido al contrario se vería un tanto ridículo. Cupido sacó el anillo de diamantes y le preguntó a Argelia Amairani Abigail si quería ser su esposa. Fue ella quien se hizo pipí de la emoción, en un sentido figurado por supuesto, ya que gritó, lloró y brincó por todo el restaurante donde estaban cenando, llamando la atención de todos los demás y avergonzando un tanto a Cupido.

Basta decir que los primeros meses después de la boda todo fue felicidad, amor y mucha lujuria. Argelia Amairani Abigail dejó de trabajar, dedicándose al hogar como toda buena esposa debería hacer, según ella. Cupido por su parte, regresó a trabajar con una nueva actitud y parecía que el trabajo estaba a salvo. Había aumentado su producción, le devolvieron la llave del baño de ejecutivos, también su oficina que la había ocupado temporalmente el conejo de pascua. Lo único que le faltaba para volver a ser el Cupido de antes, era su lugar de estacionamiento, lo recuperaría sin lugar a dudas, solo era cuestión de tiempo.

Todo parecía el final perfecto de un cuento de hadas. Pero nada dura para siempre y tampoco nada es perfecto. Claro que dentro de un matrimonio hay discusiones y peleas, algunas veces son demasiado extremas. Todo comenzó un viernes por la noche. Cupido tuvo que quedarse a trabajar hasta tarde, en realidad llegó a casa las primeras horas del sábado. Argelia Amairani Abigail lo estaba esperando.

– ¿Dónde chingado andabas? – preguntó Argelia con tono arto agresivo, que no es ni mucho, ni poquito, es arto.

– Cómo que en dondé, en el trabajo – Cupido estaba demasiado cansado y estresado como para soportar el mal humor de ella.

– A mi no me vas a hacer taruga. Ora resulta que trabajas tarde en un viernes de quincena, a otro hueso con ese perro.

Cupido intentó ignorarla. Ya había pasado que cuando el llegaba tarde ella estuviera molestar por algo, aunque nunca le había gritado de esa manera. Se lo atribuyó a que posiblemente Argelia Amairani Abigail estuviera en esos días del mes. Cupido fue a la cocina y sacó una cerveza del refrigerador.

– ¡Y todavía te vas a emborrachar! – gritó Argelia Amairani Abigail.

– ¿Emborracharme? Estas bien pinche lo… – lo que interrumpió a Cupido fue el pie de Argelia Amairani Abigail que impactó con toda su fuerza en el estomago del pobre chaparrito.

– ¡No andes de contestón! – gritó iracunda.

Cupido soltó la cerveza que se derramó por todo el piso, para llevarse las manos al estomago dando traspiés, resbalándose con el liquido derramado golpeándose el costado. Quedando tendido en el piso, todavía con el dolor de la patada. Pero no conforme, Argelia Amairani Abigail se acercó a cupido y volvió a patearlo con saña en un par de ocasiones, para luego encerrarse en su habitación el resto de la noche.

Cupido se quedó tirado en el piso adolorido, mojado y sorprendido. Todavía no acababa de comprender lo que acababa de suceder, por qué su esposa se había convertido en esa loca hooligan que lo había golpeado sin razón aparente. Luego de que el dolor disminuyo, se puso de pie, limpió el desorden e intentó abrir la puerta de su habitación. No le quedó más remedio que dormir en el sillón de la sala. Lo bueno es que no tenia problemas por el tamaño, cabía y hasta sobraba. A la mañana siguiente, cuando cupido despertó, y vio a Argelia Amairani Abigail frente a él, dio un brinco asustado, cubriéndose el vientre con las manos.

– Perdón amor, no se que me pasó, nunca quise golpearte – se veía la sinceridad y arrepentimiento en el rostro de Argelia Amairani Abigail.

Cupido la amaba demasiado, creyó que su esposa, amiga y amante le estaba diciendo la verdad, que estaba realmente arrepentida y que todo había sido una pesadilla o algo por el estilo. Se abrazaron, reconciliaron y tuvieron sexo. Ella fue más permisiva que en otras ocasiones.

La pesadilla volvió a aparecer un par de meses después en circunstancias similares, con la disculpa sexosa del día siguiente. La peor de todas fue cuando Cupido fue lanzado en calidad de bulto por la ventana de la sala hacia la calle, terminando en el hospital con cortadas y costillas rotas. Cuando despertó en cuidados intensivos, considero seriamente el pedir el divorcio. Pero Cupido estaba demasiado enamorado hasta el punto del apendejamiento.

Todo en el universo tiene un principio y un fin, incluyendo al universo mismo y a los seres místicos, mágicos, musicales. El matrimonio entre Cupido y Argelia Amairani Abigail llegó a su fin en un doloroso divorcio, más doloroso para Cupido que para ella. El pequeño hombre se entregó a la bebida. Todo lo recuperado lo volvió a perder y más, incluso lo mandaron a rehabilitación en alcohólicos anónimos. También perdió toda fe en su trabajo, sintió que toda su vida era un desperdicio, que todo había sido en vano. Tal vez todo el problema era que Cupido no veía a futuro, que los flechazos que en realidad cupido no usaba flecha y arco para juntar a las parejas. Él les hablaba al oído, pero solo sobre datos inmediatos y superficiales, nunca planeando a futuro, y luego porque acababan tan mal, tantos divorcios, hijos no deseados, pastillas del día siguiente y violencia intrafamiliar como la que él sufrió. Tal vez si cambiara la manera de hacer las cosas, tal vez viendo a futuro, aunque este no existiera hasta que ya es presente y es demasiado tarde. Tal vez, tal vez…

Cupido intentó cambiar su método de trabajo, con resultados variados ya que al tratar con humanos todo puede suceder y en un sorpresivo giro de las circunstancias, Luego de un par de años de estar alejados, Argelia Amairani Abigail regresó a la vida de Cupido, quien de manera inocente o muy estúpida, usted escoja, la aceptó.

Y vivieron felices para siempre.

Bueno no, Argelia Amairani Abigail siguió golpeando constantemente a un Cupido muy tarugo que aplicaba la de pégame, pero no me dejes.