Entrega 10

Los días pasaban lento, muy lento.

Valeria los pasaba encerrados en la casa, sobre todo en su recamara durante los primeros días, para luego pasarlos en el jardín, sentada sobre una piedra recargada contra la pared, donde el sol pegaba durante gran parte del día, era lo único agradable que tenia, sentir el calor del sol en el rostro, en su cuerpo, viendo hacia la recamara de sus abuelos, sintiendo su ausencia.

Las ausencias pasaban, calaban, dolían. Eran demasiado para alguien tan joven y en esos momentos tan frágil como Valeria, que de un momento al otro se quedó completamente sola. Los mensajes que recibía al celular eran para una sola cosa, algo para lo que no tenía ningún interés por el momento. Ella solo quería estar con los abuelos que siempre la habían cuidado y los había perdido. Simplemente no podía con esa carga.

El sol se reflejaba en la hoja del cuchillo mientras Valeria lo movía. Sabía que era lo suficientemente afilado para lograr la meta que se había propuesto. Lo tomó con fuerza, poniendo el filo sobre el brazo izquierdo, buscando el valor necesario para hacer el corte, este sería a lo largo del antebrazo, desde la muñeca hasta el codo, lo más profundo posible. Mantuvo el cuchillo en esa posición durante largos segundos, sin apretar. Fue cuando pensó en que sería mejor empezar con el otro brazo porque no podría con el lado débil. Cambio de mano el cuchillo, exponiendo el antebrazo derecho. Poniendo la punta del cuchillo sobre la muñeca, haciendo un poco de presión. La punta se fue hundiendo, sin perforar la piel, aunque con dolor. Valeria detuvo el movimiento, bajando el cuchillo, empezando a llorar una vez más, como lo había estado haciendo desde días atrás. Se limpió las lagrimas lo mejor que pudo, volviendo a subir el cuchillo, apoyando de nueva cuenta sobre la muñeca, ahora no lo dudó, presionó con la punta, la carne fue abierta, la sangre empezó a fluir. Eso, mas el dolor  asustó a Valeria, que detuvo el movimiento retirando el cuchillo viendo como era que la sangre, en una mínima cantidad brotaba. El llanto seguía fluyendo. Volvió, una vez más el levantar el cuchillo, para llevarlo a donde estaba la herida, presionando más, la punta entró un par de centímetros, Valeria empezó a jalarlo hacia ella, haciendo más grande la herida. La sangre brotaba sin control, goteando al piso, formando un pequeño charco con rapidez, se detuvo, la herida tenía al menos 15 centímetros de largo, no sabía si con eso sería suficiente para lograr su meta. Cambio el cuchillo de mano, sintió debilidad en el brazo, logró sostener el cuchillo con la fuerza necesaria para poder hacer lo mismo en su otra extremidad. La sangre caía sin control sobre el piso, el cuchillo también cayó, rebotando un par de veces.

Todavía sentada, veía como la sangre fluía. Fue luego de un par de segundos se dio cuenta de lo que había hecho, llegando a la conclusión de que cometió un error, un grave error.

Su primera reacción fue el gritar lo más fuerte que pudo, horrorizándose ante lo hecho. Tenía que detener la hemorragia lo más pronto posible. Al ponerse de pie se sintió mareada, tuvo que sostenerse de la pared para no perder el equilibrio y caer al piso, dejando una mancha de sangre sobre la pared.

Se dirigió al baño, donde su primer impulso fue el de intentar detener la hemorragia con papel del baño, para luego de algunos metros de este, se dio cuenta de que era una tontería. Tomó la toalla de las manos y se envolvió en el brazo izquierdo, deteniendo momentáneamente el sangrado, la toalla empezó a cambiar de color a un rojo intenso. Intentó hacer lo mismo con el otro brazo con los mismos resultados. Cuando Valeria levantó la vista, se encontró con el espejo, que devolvió un rostro pálido. Valeria supo que sola no iba a detener tremenda hemorragia.

Salió del baño corriendo, sintiéndose mareada, débil y asustada. Ambas toallas empapadas de sangre. Corrió por la calle tan solo unos pocos metros, llegando hasta la tienda de abarrotes que una señora atendía. Era una señora muy buena onda, que siempre se había portado bien con ella, como si fuera una parienta cercana. Valeria encontró a la señora donde siempre parecía estar, detrás del mostrador, sentada en una silla, viendo la televisión que colgaba del techo. Valeria entró a la tienda tambaleándose, extendiendo las manos, dejando ver las toallas que empezaban a gotear sangre.

– Ayuda – dijo.

La señora volteo a verla, durante los primeros segundos no supo que sucedía, seguía concentrada en lo que estaba viendo en la televisión. No fue hasta que se dio cuenta de las toallas empapadas de sangre, que Valeria se encontraba en peligro, se puso de pie de un brinco, pero de manera bastante descuidada que terminó tropezándose y golpeándose la barbilla contra la orilla del mostrador. Cayó al piso, con un tremendo dolor en la cara. Se pasó la mano por la barbilla y sus dedos los encontró manchados de sangre.

– ¡Viejo! – gritó con todas sus fuerzas, empezando a sentir pánico.

Un hombre de más o menos la misma edad que la tendera, alrededor de los cincuenta, de baja estatura y muy delgado, que su ropa de seguro la compraba en el departamento de niños, salió de la trastienda, encontrándose con una escena que pintaba para ser de película de terror. Valeria frente al mostrador, goteando sangre, llorando a mares y perdiendo color, mientras que su esposa en el piso, también sangrando, ella de la cara, toda aturdida por el golpe, intentando ponerse de pie, aunque se encontraba en una posición bastante incómoda para lograrlo fácilmente. El marido las observó por unos segundos, para regresar por donde había regresado.

– ¡Viejo! – Volvió a gritar la tendera al ver que su marido desaparecía en la trastienda – ¿Qué pedo? – preguntó, empezando a molestarse.

El pequeño hombre apareció segundos después, ahora llevaba el celular en la mano, estaba llamando a los servicios de emergencia. Luego de la llamada, ayudó a su esposa a ponerse de pie.

– Vete al baño – ordenó a la esposa – ponte la toalla en la barbilla, aprieta con fuerza, que vas a necesitar puntos.

Acto seguido, mientras la tendera obedecía y entraba a la casa, el marido dio la vuelta al mostrador, para llegar frente a Valeria que no se movía, la sangre ya era charco en el piso. El hombre con cuidado le quitó las toallas, dejando ver las grandes cortadas que Valeria se había hecho. El hombre se quitó los zapatos, y de estos las agujetas para amarrar cada una en los codos de Valeria, apretando con fuerza, haciendo todo lo posible para detener el sangrado.

– Cortaste muy profundo – dijo para regresar detrás del mostrador y tomar la engrapadora – no te servirá de mucho, pero si para detener el sangrado – con cierta habilidad empezó a engrapar la piel de los antebrazos de Valeria, quien soltaba gritos de dolor de vez en cuando, pero no se movía, aceptando de la mejor manera la ayuda.

– ¿Pos que te pasó mija? – preguntó la tendera apareciendo en escena, con la toalla en la barbilla.

– Ahorita no es el momento – regañó el marido, levantando la mano, ya manchada de sangre.

La ambulancia no tardó en llegar, los paramédicos revisaron a ambas mujeres, tomando la decisión de llevarlas al hospital. La tendera no estaba tan grave, pero si era necesario que le pusieran varios puntos de sutura. Mientras que Valeria si estaba grave, requeriría cirugía para reparar tanto daño hecho por el cuchillo.

Permaneció un par de días en el hospital, siendo interrogada por varios doctores, incluyendo psiquiatras que querían averiguar la razón del porque Valeria había atentado contra su propia vida de esa manera. Valeria no tuvo problemas en contar su historia, gran parte de ella, obviando ya sabemos que parte, que por alguna razón lo hacía, tal vez para no terminar encerrada en un psiquiátrico, se concentró en lo importante, en lo que realmente le dolía y que había provocado que atentase contra su propia vida, la muerte de sus abuelos.

Valeria salió del hospital, con vendajes en los antebrazos, instrucciones para su cuidado y un montón de medicinas, analgésicos y antidepresivos, que prometió tomar al pie de la letra para ayudar a su recuperación y dejar atrás la depresión que la consumía. Además de que iría a terapia con el psiquiatra.

No fue fácil para Valeria durante los primeros días, el solo ver sus antebrazos le hacían recordarlo todo, vivía encerrada en su habitación, saliendo solo por lo necesario y eso era algo no muy agradable, encontrándose con una casa vacía y en completo silencio. En más de una ocasión consideró el hecho de salirse de ahí, buscar un departamento, como ya lo había considerado en algún momento, pero había algo que la detenía, simplemente no quería irse de ahí, era el único lugar seguro que conocía, a pesar del dolor que le causaba en las últimas semanas.

Durante los siguientes dos meses las visitas con el Psiquiatra ayudaron a que la depresión no fuera tan intensa como los primeros días, los brazos sanaron correctamente, dejando solo unas largas cicatrices que según el doctor desaparecerían con el tiempo.

Valeria ahora se enfrentaba a un nuevo problema, la falta de dinero, todo el dinero que había obtenido en su trabajo y lo que sus abuelos le habían dejado, estaba a punto de acabársele. Y por el momento, el hecho de regresar a trabajar, atendiendo a hombres que solo deseaban pasar un tiempo con su cuerpo, no le llamaba mucho la atención, pero no tenía otra opción si es que no quería morir de hambre. Durante los meses en que habia estado principalmente encerrada en su habitación había mantenido el celular apagado, no había nadie con quien quería hablar y nadie le hablaría si no era para contratar sus servicios.

Prendió el celular, antes de abrir la aplicación de mensajes que le mostraba que tenía más de un centenar de mensajes sin leer, decidió primero tomarse unas fotos, como para mostrar a los seguidores de sus redes sociales, en especial donde posteaba sus fotos desnudas, que estaba de regreso y dispuesta a todo o casi todo por una módica cantidad de dinero. Al principio, el simple hecho de desnudarse la hizo sentirse rara, no cómoda. No se podía concentrar. Tomó muchas fotos, en todas trataba de ocultar las cicatrices de sus brazos. Se tomó muchas fotos, ninguna le gustaba, terminó decidiéndose por unas pocas, de sus senos, su principal atractivo, sus piernas y vientre que mostraba un poco de vello púbico y por ultimo uno de su trasero justo con sus pies, que parecía que también llamaban mucho la atención a más de un espectador.

Muchos de los mensajes habían sido de unos pocos clientes que la habían estado buscando insistentemente durante varios días hasta que se dieron por vencidos, dejando toda una variedad de mensajes de despedida. Aun asi, Valeria les mando el mismo para todos disculpándose por desaparecer tanto tiempo, que se encontraba dispuesta de nueva cuenta, esperando que eso sirviera para poder restablecer comunicación y cerrar alguna transacción que le redituara en dinero en efectivo.

Los mensajes y propuestas empezaron a llegar, algunos no muy contentos al principio, pero luego del envió de algunas fotos no comprometedoras, pero que no dejaban mucho a la imaginación, les cambió el carácter.

Una cita quedó establecida. Ese mismo día recibió la visita de un viejo cliente, que le pagó en efectivo. Valeria tenía la intención de satisfacer al cliente en la sala, donde lo había hecho en más de una ocasión en el pasado, cuando tuvo oportunidad. Pero en cuanto se sentaron, Valeria se sintió disgusto, el ver la tele, el ver el sillón donde se sentaba el abuelo, el voltear al pasillo, hacia la cocina, todo, le provocó un torzón en el pecho, sintiendo que las manos le empezaban a sudar. El cliente se empezó a desnudar, Valeria lo detuvo, le tomó del brazo y se fueron caminando hacia la habitación de ella. Aun así, Valeria no se sintió del todo a gusto, cuando hacia esa clase de servicios intentaba al menos disfrutarlo también, pero en esos momentos no podía concentrarse, la imagen del sillón, la sala y la casa vacía no la abandonaron durante todo el rato. Fue una experiencia no agradable que hasta el mismo cliente le recriminó. Valeria solo dijo que estaba pasando por un mal momento, que la próxima vez sería mejor.

Al día siguiente, no queriendo repetir la no tan agradable experiencia, prefirió decirle al cliente que la llevara a un motel de paso, donde de seguro no estaría pensando o sintiendo lo que pensaba o sentía y podía concentrarse en hacer mejor su trabajo. La experiencia mejoró, incluso permitió que el cliente entrara por donde generalmente es salida, pero aun así existió cierta incomodidad por parte de Valeria.

La depresión regresó, aunque no con la intensidad de antes, pero estaba presente de nueva cuenta, no importando cuantas pastillas se tomara para evitarlo. El principal motivo ya no era la ausencia de sus abuelos, era algo mas, solo que no sabía que era. Una noche recibió una pista de lo que tal vez le estaría sucediendo, regresando del motel hacia la casa, estando en el asiento trasero de un taxi lo vio, como siempre, en su esquina, viendo la vida pasar, recargado en la pared, a un lado de la parada del camión, era Telmeo. Por un breve momento, sus miradas se cruzaron, Valeria juraría que él le sonrió, con una sonrisa como si viejos amigos se vieran de nueva cuenta. Eso hizo que Valeria se sintiera mucho mejor consigo misma, luego de tanto tiempo, fue la primera vez que ella pudo dormir una noche completa, más de ocho horas seguidas.