9

Era de noche cuando Mauricio salió del ministerio público. Había pasado todo el día en el interior rindiendo su declaración. No era que hubiera mucho trabajo, pero la tragedia caía sobre la ciudad requería mas atención. Había poco personal que pudiera recibirlo y atenderlo. El localizar a alguien que ayudara en esas tareas era prácticamente imposible, aun así la presión ejercida tanto por el Coronel como por el Teniente, Mauricio terminó escribiendo su declaración con su propio puño y letra.

La mayor parte de la ciudad se mantenía todavía a oscuras. Permitiendo disfrutar de un cielo estrellado como en varios siglos no se había viso.

Mauricio se detuvo en cuanto salió a la calle, deteniéndose en la escalinata de entrada. Dando una fuerte aspirada de aire fresco. El aire de la ciudad había cambiado. Ya no olía a Smog. Ahora tenía un sabor a polvo y concreto que duraría mucho tiempo, aun así, el aire seguiría cambiando en los próximos meses.

Mauricio levantó la vista, viendo el mismo cielo que la primera noche, cuando el cansancio lo venció, haciendo que se quedara dormido en una viga de concreto y acero.

– Vente, vamos a que cenes algo, para que te vayas a descansar. Que ha sido un día largo y cansado – le dijo el Coronel, poniendo un brazo sobre el hombro de Mauricio, empezando a caminar hacia el carro gran marquis que no estaba demasiado lejos.

El coronel llevó a Mauricio a un restaurante, donde pudo comer hasta saciarse, dándose cuenta de que la última vez que había comido, fue cuando la señora, la vecina desconocida de la zona donde había estado el edificio de departamentos, donde se localizaba su vivienda reducida a escombros, le había dado una torta y un vaso de agua. La comida corrió a cargo del coronel, quien pagó todo.

– Vamos a que descanses, que es todo por hoy. Ya mañana será otro día – volvió a decir el coronel, luego de que terminaran la comida. Volviendo a poner el brazo alrededor de los hombros de Mauricio. Gesto que nunca le había gustado, pero estaba tan cansado como para protestar y hacer algo al respecto.

Mauricio se detuvo de pronto al darse cuenta de algo.

– Lo he perdido todo – dijo, pensando en voz alta – lo he perdido todo – volvió a decir, bajando la vista – no tengo hogar, ni familia, nada, nada – empezó a decir con desesperación en aumento.

– No, no es cierto – intervino el Coronel – no todo está perdido. No estás solo. Y mientras yo esté aquí, no estarás desamparado – agregó el Coronel, luego de abrazar a Mauricio. Un gesto completamente desconocido para el – Vamos.

Casi a la fuerza, el coronel logró subir a Mauricio al carro. Llevándolo a un hotel a las afueras de la ciudad.

– Usa una de las habitaciones. Ya sabes cómo es el procedimiento – dijo el coronel al llegar. Estacionándose frente ha dicho hotel – Mauricio afirmó con la cabeza – trata de dormir, que mañana vengo por ti temprano – agregó.

Sin decir palabra, Mauricio bajó del carro. Entrando a la recepción del hotel. Ese hotel era usado como casa de seguridad por parte de los servicios de inteligencia del país a la cual Mauricio pertenecía. Lugar donde sus compañeros de trabajo de Mauricio, incluso el mismo, podían pasar días encerrados sin que nadie los molestara, ya fuera para esconder a alguien que estuviera en peligro o para interrogarlo con alguno de los variados métodos que tenían para obtener la información que requerían.

Mauricio se paró frente a la recepción, identificándose, sacando su charola. La señorita que lo atendía, quien primeramente vio con malos ojos ante la facha que traía Mauricio, luego de un par de días de no bañarse y haber entrado a gatas a un edificio derrumbado, traía la ropa sucia y con manchas de sudor, además del mal olor correspondiente. Cambiando de actitud en cuanto vio la placa de metal de Mauricio con su nombre y cargo que lo identificaba. Sacó un libro de registro donde Mauricio apuntó su llegada, con hora, fecha y firma. Le asignaron la habitación 305, localizada en el tercer piso.

Subió por el elevador. Entrando a la habitación. Dejando la llave sobre la cama, junto con la cartera, la pistola y charola. Entró al baño, donde se desnudó, metiéndose a la regadera. Bañándose lentamente, dejando que el agua lo relajara. Llevándose toda la mugre y el polvo que su cuerpo portaba desde días atrás. Desde antes de la explosión en el restaurante, del temblor, de la muerte de Rebeca y su no nato. Mauricio apresuró el paso, terminando de bañarse cuando todas las imágenes que había mantenido detenidas, alejadas en el borde de su mente, rompieron el cerco, inundándolo con un torrente de emociones, Todavía no, todavía no es el momento, se dijo, cerrando la llave del agua caliente, quedándose un par de minutos bajo el agua fría, concentrándose en no sentir frio, concentrándose en no pensar, no sentir, no nada.

Salió de la regadera, con solo una toalla alrededor de la cintura. Para sentarse en la orilla de la cama. Viendo su ropa sucia en el piso. Dándose cuenta de que no tenía nada limpio que ponerse. Ni siquiera un juego de ropa interior. Todo se derrumbaba. Mauricio ya no tenía fuerzas para detener todo ese mar de sensaciones e imágenes que lo inundaban sin detenerse. Lo estaba afectando. La vista se le nublo, sentía palpitar su corazón, con una fuerza tal, que parecía que se le saldría del pecho, las manos le sudaban, le costaba trabajo respirar, la garganta se cerraba lentamente. Como último intento para no dejarse llevar por las emociones, se puso de pie, la toalla cayó al piso. Completamente desnudo se empezó a pasear por la habitación que estaba sumida en la penumbra, iluminado solamente por la luz proveniente del baño. Mauricio caminaba con prisa, dando largos pasos, abarcando la anchura de la habitación en tan solo unos pocos pasos. Teniendo que dar la media vuelta y regresar. Luego de varias vueltas se detuvo junto a sus ropas que estaban tiradas en el piso. Tomando las truzas y la camisa, entrando de nueva cuenta al baño, para con una ferviente intensidad empezar a lavarla en el lavabo, usando el jabón chiquito de color rosa que siempre estaba disponible en el baño. Lavó hasta que estuvo conforme de que ambas prendas estuvieran completamente limpias. Las enjuagó y exprimió con todas sus fuerzas. Saliendo del baño para poner ambas prendas sobre la televisión que se encontraba sobre una pequeña mesa usada para ese único propósito. Encendió el aparato. Con el calor generado por el cinescopio las prendas estarían secas en poco tiempo. Intentó ver la televisión con la intención de distraerse un poco. Los pocos canales que transmitían seguían cubriendo o hablando sobre el temblor, la tragedia, sus consecuencias y el esfuerzo de la ciudadanía por ayudar ante la tibieza de las autoridades que no habían estado haciendo su trabajo. No encontró algo que lo ayudara con su distracción, y lo estaba. Solo aumentaba su angustia. Dejó la televisión encendida en un canal vacio, solo con estática, bajándole el volumen al mínimo, apenas escuchando el ruido blanco. Para luego acostarse todavía desnudo en la cama, sobre las sabanas, dándole la espalda a la televisión. Adoptando una posición fetal. Viendo atentamente la sobra de su cuerpo que se proyectaba en la pared frente a él, gracias a la luz que emitía la televisión. Intentó quedarse dormido, sin lograrlo. Pasaron las horas lentamente. Mauricio permanecía inmóvil.

En las primeras horas de la madrugada, el canal reinicio sus actividades. Mauricio seguía observando la sombra que bailaba según lo que se mostraba en pantalla, variando de colores de tanto en tanto. La luz del sol, que se empezaba a colar por entre las cortinas, agregaba nuevas formas a la habitación.

Alguien empezó a golpear a la puerta de su habitación con insistencia. Todavía desnudo se puso de pie, sintió dolor, tanto en el hombro como en la cadera del lado donde estuvo acostado durante todas horas sin moverse. Se asomó por la mirilla. Se trataba del Coronel que estaba de pie frente a la puerta. Sin cuidado y pudor aparentemente, Mauricio abrió la puerta.

– Hijoles – dijo al Coronel al ver a Mauricio desnudo – chacho, tápese que te va a dar un aire – comentó, tratando de hacer un chiste.

Con poca importancia ante lo dicho, Mauricio se dio la media vuelta, caminando hacia el interior de la habitación. Seguido por el Coronel que cargaba una bolsa de plástico. Cerrando la puerta detrás de él.

El sol iluminaba lo suficiente el interior de la habitación como para no andarse cuidando de tropezarse con algo. Mauricio se sentó en la orilla de la cama. El Coronel se paró frente a él. Arrojándole la bolsa que traia.

– Toma, te traje algo de ropa – dijo, al arrojarle la bolsa – espero haberle atinado a tu talla – agregó.

Mauricio se puso de pie, acercándose al coronel y sin aviso previo lo abrazó con fuerza.

– Muchas gracias – dijo Mauricio.

– No tienes nada que agradecer. Solo te pido que regreses a trabajar – fue un momento un tanto incomodo al tener que abrazar el cuerpo desnudo de su oficial.

– No. no puedo, no ahorita, no hasta que esté resuelto este asunto – respondió, bajando las manos.

– Lo sé y te entiendo perfectamente. Pero debes entender dos cosas. Ese asunto no te compete, primero por ser el conyugue de la víctima y segundo te debes a tu trabajo y hay un asunto más importante que quiero que resuelvas en primera instancia – respondió, sosteniéndole la mirada, hablándole de frente y derecho al pecho, como siempre lo había hecho en todo el tiempo que tenia de conocerlo que ya era más de una década de años.

Hubo un momento de silencio.

– Está bien, solo regrésame a mi mujer y mi hijo para poder despedirme de ellos.

– Precisamente a eso venia, aparte de traerte la ropa. Recibí un mensaje del teniente, ya acabaron la autopsia – dijo el coronel – apúrate a vestirte.

Dentro había un paquete de trusas, uno de camisetas y uno de calcetines, además de un pantalón de mezclilla y un par de camisas tipo polo, en color azul y amarillo. Mauricio, abrió el paquete de trusas, rompiendo la bolsa, tomando una para ponérsela. Poco a poco se puso lo demás, vistiéndose por completo. Con tan buena suerte que todo le quedó a la perfección.

– Vamos por tu mujer y tu hija – dijo el coronel al verlo ya vestido.

Mauricio se detuvo de golpe. Sujetando al Coronel del hombro, obligándolo a parar su marcha.

– ¡Dios! Iba a ser niña – dijo con la voz entrecortada, costándole mucho trabajo el sacar las palabras de la garganta. Llevándose la mano al pecho, donde el dolor volvió a aparecer, al igual que los otros síntomas que había sentido en los últimos días.

– Perdón – dijo el Coronel, sintiendo lastima por lo acabado de suceder –  pensé que ya sabias.

– No. Berenice quiso esperar hasta el último momento para saber el sexo del bebe, quería que fuera una sorpresa – dijo Mauricio luego de un momento de silencio, en que estuvo conteniéndose una vez más. Aunque en cada ocasión le costaba más y más trabajo – ella siempre quiso una niña – empezó a caminar, abriendo la puerta con fuerza.

Ninguno de los dos habló durante rodo el trayecto desde el hotel hasta las nuevas oficinas del SEMEFO. Donde Mauricio reconoció a Berenice que estaba sobre una plancha de acero inoxidable, cubierta por una sabana hasta los hombros, ocultando el cuerpo y las suturas.

El orificio de entrada de la bala había sido limpiado y también cerrado con sutura. Una pequeña línea con tres puntos era todo lo que lograba verse en la frente.

– La causa de la muerte fue el disparo de bala. No hubo señales de violencia. Murió instantáneamente. El bebe pudo haber sobrevivido poco tiempo, máximo unos cinco minutos, debió haber muerto por la falta de irrigación sanguínea – dijo el doctor, hombre delgado, de pelo crespo, cada angulosa y bigote finamente cortado, vestido con su larga bata blanca. Señaló a la bebe que estaba en la siguiente mesa, cubierto completamente por una sabana.

– ¿Puedo estar un momento a solas? – preguntó Mauricio, sin quitar la vista del rostro de Berenice.

– Si claro. Todo el tiempo que necesite – respondió el doctor de inmediato.

Ambos, el doctor y el Coronel salieron de la habitación dejando a Mauricio solo.

El silencio solo era roto por el zumbido del aire acondicionado que inyectaba aire gélido al interior de la habitación.

Mauricio mantenía las manos en los costados, incapaz de moverlos, esperando a que Berenice fuera ella quien despertara e hiciera el primer movimiento, como si no hubiera sucedido nada y simplemente estuviera dormida, como muchas veces la encontró en cama cuando tenía que trabajar hasta tarde.

Mauricio apoyó las manos en el bordo de la mesa, buscando algo que lo sostuviera. Los síntomas aparecieron de nueva cuenta, afectándolo una vez más. Lo único que quería era que todo volviera a ser como antes. Antes del derrumbe del edificio, del terremoto, del bombazo. Hasta el momento en que Berenice le hubo avisado que estaban embazadados. De haber sido conocedor de lo que vendría en un futuro, hubiera renunciado a todo, yéndose lo mas lejos de la ciudad y del trabajo y de todo en realidad. Berenice estaba sin vida en la plancha de acero, su vientre ya no estaba hinchado. El bebe había sido sacado, con el mismo destino que su madre, nunca había tenido la oportunidad de ver el sol y respirar una bocanada de aire siquiera. Contrólate, contrólate, se decía a si mismo, apretando los puños con todas sus fuerzas contra el acero de la mesa, los dedos le dolieron, los nudillos se le pusieron blancos por el esfuerzo. Todas las sensaciones que había sentido en el hotel la noche anterior, se hicieron presentes de nueva cuenta.

Por fin atrevió a moverse, acariciando el rostro frio de su amada, acomodando el cabello. Inclinándose, para besar los labios de Berenice.

Se quedó otro minuto en silencio viendo la mesa donde su hija descansaba, bajo la sábana blanca, buscando el valor necesario para quitarla. No lo encontró. Prefirió quedarse con la imagen de Berenice embarazada. E imaginar cómo sería Fernanda cuando naciera. Fernanda era el nombre que ambos habían escogido en una discusión que se había llevado desde el primer momento en que Berenice dio la noticia del embarazo. Cada uno propuso más de veinte nombres diferentes, que por una u otra razón fueron desechados uno por uno. Hasta que finalmente solo quedó Fernanda, el cual le gustaba a ambos.

Mauricio salió de la habitación. Tanto el coronel, como el doctor estaban en el pasillo esperándolo.

– ¿Qué piensas hacer? – preguntó el Coronel

– La voluntad de Berenice, mi mujer. Era que cuando este momento llegara, era que fuera cremada, para que en algún momento sus cenizas fueran llevadas a su tierra natal.

– ¿De donde era ella? – preguntó el Coronel.

– Zacatecas.

– ¿No le gustaría velarla antes, o avisar a alguno de sus familiares? – preguntó el doctor.

– No. Ella era hija única. Sus padres fallecieron en un accidente automovilístico siendo ella muy joven. Además de que se había alejado de su demás familia, primos, tíos, todos ellos.

– ¿De tu familia? – agregó el Coronel.

– Tenemos situaciones similares. Pocos familiares. Solo nos teníamos el uno al otro. Es mejor apurar el proceso.

– Como usted desee – dijo el doctor – ¿gusta que estén en urnas separadas o en una sola? – agregó.

– En una sola – respondió con firmeza y sin duda.

– Entendido. El proceso durará aproximadamente unas cuatro horas. Pueden esperar o regresar luego cuando ya todo estará terminado. Nosotros nos encargaremos de todo – Explicó el doctor.

– Eso nos da más que tiempo necesario para atender unos asuntos que nos competen, vamos – dijo el Coronel, llevándose a Mauricio casi a rastras como lo había estado haciendo en los últimos dos días. – Primero que nada – dijo el Coronel mientras salían del SEMEFO – vamos a desayunar algo. Que será un día largo y pesado.

En menos de una hora desayunaron en un restaurante cercano que el Coronel conocía. Bromeando dijo que conocía tantos lugares donde comer cualquiera de las tres comidas que fácilmente podría hacer un libro donde recomendaría todos esos lugares. Posteriormente fueron a la comandancia de policía, donde fueron recibidos por el Teniente Pedraza. Explicándole lo sucedido en el SEMEFO.

– Sí, estoy enterado de su visita por aquellas oficinas. Aquí tengo el informe del doctor, que confirma lo que ustedes ya saben. Berenice fue ultimada por un disparo a quemarropa en la frente. La bala provocó un trauma cráneo encefálico masivo. Murió instantáneamente – dijo el Teniente, leyendo todo desde una carpeta con las hojas del expediente. Para luego cerrarla y dejarla caer sobre el escritorio, donde había más carpetas con características similares, además de otra cantidad de papeles – les voy a hablar con la neta. Así, al chile pelón. Lo más honesto y directo que se me puede ocurrir – agregó viendo tanto a Mauricio como a el Coronel, mientras encendía un cigarro, dándole un par de fumadas. Antes de ponerlo sobre un sucio cenicero. Esto está muy cabrón, mucho. A pocas palabras, ahorita, aunque ha pasado poco tiempo, no tenemos ni una posta, y créanme que tengo a mis mejores hombres en esto. Antes que me regañes – señalo de inmediato al Coronel – si estoy al tanto de todo, de absolutamente de todo. Cualquier mínimo detalle me es reportado inmediatamente. Por eso les puedo decir que este caso está muy cabrón – tomó el cigarro y le dio otro par de fumadas – la ciudad es una verdadera catástrofe que no se le ve ni pies ni cabeza. Los preventivos trabajan en turnos de doce o más horas. No se dan abasto. Muchos simplemente dejaron sus puestos para remover escombros. Y eso es lo más grave de este asunto. El edificio donde se encontraba la escena del crimen se redujo a un montón de ladrillos. También… – dio las últimas dos chupadas al cigarro para aplastar lo poco que quedaba de la colilla contra el mismo cenicero – hay muchos vecinos tuyos muertos. Muchos otros desaparecidos. Seguramente refugiándose con parientes o amigos mientras pasa todo este caos. Ahorita mi gente está empezando a trabajar con lo poco que tienen. Entrevistando a los vecinos que quedan en los alrededores. Por si alguno sabe algo. Pero lo veo muy difícil – se recargó en su silla, haciéndola rechinar. Mientras sacaba otro cigarro, encendiéndolo – si tan solo pudieras darnos más datos sobre tu trabajo y nombres de posibles enemigos que pudieras tener. Seria de mucha ayuda. Si no creas, ya leí tu declaración. Que tampoco sirve de mucho.

– Tú sabes perfectamente que eso es imposible – dijo de inmediato el Coronel.

– Entonces estamos atados de manos. Trabajando con muy poco material. Así que no me pidas resolver esto lo más rápido posible – dijo el Teniente, con el cigarro en la boca.

– Quiero conocer a los detectives que están a cargo – dijo Mauricio con seriedad.

– En este momento no se encuentra. En cuanto lleguen se los comunicaré, para que se pongan en contacto contigo. ¿Qué les parece?

– No creo que sea conveniente – interrumpió el Coronel. Luego platicaremos porque. Por lo pronto aquí ya acabamos – dijo, poniéndose de pie – vámonos, que tenemos que irnos – agregó, hablándole a Mauricio, quien imitó al Coronel, levantándose de su asiento – mantennos informados – dijo el Coronel antes de salir de la oficina.

Regresaron al SEMEFO. Donde tuvieron que esperar poco más de media hora hasta que el doctor apareció de nueva cuenta, con una urna de metal color plateado entre sus manos. Sin decir palabra se dio la media vuelta, alejándose, siendo del edificio, subiendo al primer taxi que se detuvo frente a él.